Todo jerezano sostiene en la mano derecha el rosal donde tiembla su patrimonio inmaterial. Lo inaprensible, lo intangible, lo institucional. Coágulos de tu sangre. No el indeciso celaje de los sentimientos. Sino el depósito cóncavo de cuanto amas y defiendes a ultranza porque, como motor electivo motu proprio o como sensible legado familiar, siempre -o casi- forma parte de ti. Como esencia y no como envoltorio. Algunos ejemplos: adoras el nombre propio que te adjudicaron tus padres. También endulzas y pruebas a cada instante el apellido que te une al árbol genealógico de la parentela. Te reconoces con esa dama de noche -o con esa muchacha de cada día- que, aun antecediéndote, contigo crece -cuna de callejuelas antiguas- y cuya realidad dimos en llamar ciudad: génesis y causa de un gentilicio que a seña de identidad nos sabe. Estás conectado indefectiblemente a un objeto que posee valor sentimental. Por los motivos que fueren. Eres devoto de una Sagrada Imagen -o de dos- que procesiona en Semana Santa. Estás cosido a una tradición o a un oficio profesional cuya naturaleza deviene heredada de generación en generación. Se trata de una floración de singularidades que enseguida humanizamos. Esa calle, tan de infancia, es mi amiga… Quiero -como a una novia inocente- al barrio que me vio nacer. La cofradía tal es como la abuela paterna que me crió con manos de biberones y hospitalidad. Todo forma parte de una verdad vivida. Y en esta certeza jamás se subvierten los valores. Porque nunca estuvieron acunados a la federica. Y sí al amparo de los hierros de forja.

Pues bien: entre todo este magma que late como cuatro o cinco ideales idiosincrásicos del yo, descollan a menudo unos colores, un par de ellos, en el cromatismo del pundonor sobre el verde esperanza de un césped de valentía, con resonancia de letra de Rafael de León en la copla realista que no canta desamores, sino todo lo contrario: fidelidad a prueba de bombas. Hablamos, por descontado, del equipo de fútbol. Aquel que nuestro padre, o nuestros abuelos, nos enseñaron a querer tanto en tiempos de bonanza como en la adversidad, en floridas tardes de jugadas que triangulan regates de ensueño y en partidos nublados por la aciaga mala suerte atizando a la contra. ¡Pero cómo amamos las rayitas azules y blancas de esa camiseta que encarna todo un ideal de vida, todo un sonsonete didáctico, todo un postulado educativo, toda una filosofía del ser, toda una trayectoria rectilínea que sólo adquiere el efecto cuando el balón del temperamento se aproxima a la escuadra del éxito! Qué bello e inofensivo nuestro grito de guerra: ¡Tracatrá! Y los cánticos navideños en partidos de domingo a las doce del mediodía… En la puerta tenemos a Navarro, de defensa Antonio y León, y de central Ali, que es todo un campeón. Tintín Catalina, tintín Concepción, que a la puerta llama, nuestro don Luis del Sol…

Así como el espíritu del señor de la Salle (san Juan Bautista) compacta una amalgama ética -todo un ideario- que imprime carácter al alumnado y a los docentes y a los padres de los chiquillos, asimismo la personalidad deportiva del Jerez Industrial -sin ínfulas de cartón piedra- comprende y comporta toda una tabla de ley de vida fácilmente descifrable -y por descontado férreamente invariable- rodando el esférico de los años… La prelación masticable del compañerismo, la enseña de la deportividad por bandera, la honradez en el juego, el valor del esfuerzo, el ser agradecidos con quienes te quieren y apoyan: la afición -tan fiel, tan entregada, tan positiva-, el amor a cuanto se lega de padres a hijos, la ayuda al más débil y a quien más lo necesita, el compromiso personal para con el bien de la entidad, la obligación de mantener y renovar aquello que nos hizo feliz de niños, la apuesta por la ilusión como candela llameante y como acto de fe, el tributo al deporte rey, el apoyo a las nuevas generaciones representadas en los chiquillos de la cantera, la nobleza a las decisiones de la autoridad (el árbitro), el concepto de gran familia en la urdimbre que suman directivos, jugadores, afición, etcétera…

Más que un club. Emblema de una tipología jerezana. Lucha hasta el final. No dar nunca los puntos por perdidos. Esos archifamosos veinte minutos del Industrial que daban un vuelco al resultado si era adverso o aumentaba la goleada si los vientos soplaban favorables. Las calzonas blancas llenas de barro en los encuentros pasados por agua. Paraguas abiertos, mas jamás desbandada. Fútbol de clase, dentro y fuera del terreno de juego. Jerezanía en una venencia alta como la categoría humana de quienes se saben industrialistas tan puristas como un pacto de sangre. Ahora estamos de efeméride. Ya somos centenarios. Con los escalones antiguos del Domecq repletos de nuestros difuntos antecesores en el campo de la Gloria, de la Gracia, de un Edén insólito con paquetes de avellanas y el olor a puro cuya intensidad prevalece en el sexto sentido del padre de Tarrío adivinando de antemano los resultados del partido. Dicen los sabios que el tiempo corre a velocidad de espanto. Pero, ojo, con matices: nunca más ni mejor que el extremo Ignacio por la banda derecha de una nostalgia hecha hoy gozo del alma.

QOSHE - Jerez y un tracatrá centenario - Marco Antonio Velo
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Jerez y un tracatrá centenario

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10.01.2024

Todo jerezano sostiene en la mano derecha el rosal donde tiembla su patrimonio inmaterial. Lo inaprensible, lo intangible, lo institucional. Coágulos de tu sangre. No el indeciso celaje de los sentimientos. Sino el depósito cóncavo de cuanto amas y defiendes a ultranza porque, como motor electivo motu proprio o como sensible legado familiar, siempre -o casi- forma parte de ti. Como esencia y no como envoltorio. Algunos ejemplos: adoras el nombre propio que te adjudicaron tus padres. También endulzas y pruebas a cada instante el apellido que te une al árbol genealógico de la parentela. Te reconoces con esa dama de noche -o con esa muchacha de cada día- que, aun antecediéndote, contigo crece -cuna de callejuelas antiguas- y cuya realidad dimos en llamar ciudad: génesis y causa de un gentilicio que a seña de identidad nos sabe. Estás conectado indefectiblemente a un objeto que posee valor sentimental. Por los motivos que fueren. Eres devoto de una Sagrada Imagen -o de dos- que procesiona en Semana Santa. Estás cosido a una tradición o a un oficio profesional cuya naturaleza deviene heredada de generación en generación. Se trata de una floración de singularidades que enseguida humanizamos. Esa calle, tan de infancia, es mi amiga… Quiero -como a una novia inocente- al barrio que me vio nacer.........

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