“A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón de todo corazón”, dice Benedicto XVI en ‘Mi testamento espiritual’. Un entrecomillado -ejemplarizante- que viene ni pintiparado para estos días de vivencia y convivencia en las Hermandades. Semanas en las que por lo común reina la buena armonía, pero quizá también los probables roces internos -las desavenencias- que sacan a la palestra la condición humana del cofrade.

“Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo”. Efesios 4:32. ¿Pone en práctica el cofrade el perdón tanto como debiera? “Porque, si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero, si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas” Mateo 6:14-15.

A los nuestros, con razón o sin ella. Pero siempre haciendo prevalecer el amor. A los hermanos hay que hablarles por activa y por pasiva del amor. Sin amor no somos nada. Sin amor nos cosificamos. Nos codificamos. Perdemos toda nuestra entidad cristiana. Sin comprender cómo a veces, habida cuenta olvidamos que la corporación está por encima de los intereses o las imposiciones personales, nos dejamos atrapar bajo las engañifas de la soberbia o del enfrentamiento por arbitrios lejanos a la luz de la conciliación.

En este sentido no es desdeñable tener presente la carta encíclica ‘Deus caritas est’, de Benedicto XVI a los obispos, a los presbiterios y diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos, que sobre el amor cristiano nos señala que “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino.

Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”. Ahora pienso -readaptando sus postulados- en la encíclica Fratelli Tutti del Papa Francisco en la que de alguna luminosa manera apuesta doble contra sencillo por la fraternidad y la amistad social reflexionando a conciencia al arrimo de cómo construir caminos que nos lleven a superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos.

Contemplo las enseñanzas del Papa Francisco en este documento a propósito de la reconciliación verdadera, el proyecto común que no anule a ningún individuo y reconocer y garantizar y reconstruir la dignidad de todas las personas. Esto precisamente, esto justamente, es cuanto en estos momentos precisamos. Y entrecomillo: “El objetivo del diálogo es establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y experiencias morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor (…) La comprensión y el compromiso mutuo pueden transformar antiguos conflictos o las tensiones del pasado y alcanzar una unidad en la diversidad que engendra nueva vida (…) Es conmovedor ver la capacidad de perdón de algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido. En todo caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido (…) No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse. Todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos”.

Me viene a las mientes la conclusión de los ejercicios espirituales de la Curia Romana en las palabras del santo padre Benedicto XVI -en la capilla Redemtoris Mater el sábado 19 de marzo de 2011: “San Mateo define a san José con una palabra: «Era un justo», «díkaios», que deriva de «dike», y en la visión del Antiguo Testamento, como la encontramos por ejemplo en el Salmo 1, «justo» es el hombre que está inmerso en la Palabra de Dios, que vive en la Palabra de Dios, que vive la Ley no como un «yugo» sino como «alegría», vive —podríamos decir— la Ley como «Evangelio». San José era justo, estaba inmerso en la Palabra de Dios, escrita, transmitida en la sabiduría de su pueblo y precisamente de esta manera estaba preparado y llamado a conocer al Verbo encarnado —al Verbo que vino a nosotros como hombre— y predestinado a custodiar, a proteger a este Verbo encarnado. Esta es su misión para siempre: custodiar a la santa Iglesia y a nuestro Señor”.

En la intensidad de esta Santa Cuaresma parece recomendable rescatar el fragmento de uno de los Sermones de San Bernardo sobre el libro del Cantar de los Cantares: “Mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos. Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y, si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor.

¿Cantaré acaso mi propia justicia? Señor, narraré tu justicia, tuya entera. Sin embargo, ella es también mía, pues tú has sido constituido mi justicia de parte de Dios”. Es tiempo de reflexión, tiempo de sano nerviosismo, tiempo de cofradías, tiempo de perdón, tiempo de Hermandad, tiempo de vísperas…

QOSHE - Jerez: tiempo de Cuaresma, tiempo de perdón - Marco Antonio Velo
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Jerez: tiempo de Cuaresma, tiempo de perdón

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08.03.2024

“A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón de todo corazón”, dice Benedicto XVI en ‘Mi testamento espiritual’. Un entrecomillado -ejemplarizante- que viene ni pintiparado para estos días de vivencia y convivencia en las Hermandades. Semanas en las que por lo común reina la buena armonía, pero quizá también los probables roces internos -las desavenencias- que sacan a la palestra la condición humana del cofrade.

“Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo”. Efesios 4:32. ¿Pone en práctica el cofrade el perdón tanto como debiera? “Porque, si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero, si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas” Mateo 6:14-15.

A los nuestros, con razón o sin ella. Pero siempre haciendo prevalecer el amor. A los hermanos hay que hablarles por activa y por pasiva del amor. Sin amor no somos nada. Sin amor nos cosificamos. Nos codificamos. Perdemos toda nuestra entidad cristiana. Sin comprender cómo a veces, habida cuenta olvidamos que la corporación está por encima de los intereses o las imposiciones personales, nos dejamos atrapar bajo las engañifas de la soberbia o del........

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