La desmemoria, como la amnesia colectiva, es miope. O sectaria a menudo. La amnesia colectiva, como las fauces de los olvidos, todo lo devora. Las fauces de los olvidos, como la ignorancia, carcomen. La ignorancia, como la desmemoria, juega a la rueda, rueda. Y así en las palabras encadenadas de una circunferencia a veces mostrenca. Como el hula-hop, como el aro de gimnasia, que no sale de su circuito en redondel. Dar vueltas sobre sí mismo es propio de una peonza sin conciencia pero no de una ciudad conforme a su Historia. Por esta ineluctable razón no debemos escatimar el sondeo -y no el merodeo- de un ejercicio harto necesario (como ciudadanos de a pie pero también como constructores -y no interventores- de un presente/futuro que nos exige al menos el conocimiento somero de nuestra procedencia) y de una norma autoimpuesta como gimnasia cultural: charlar de tarde en tarde -como así el niño Salvatore y el veterano operador de cámara Alfredo en ‘Cinema Paradiso’- con los abuelos, con los venerables, con los ancianos -o no tanto-, con los adorables habitantes de los jardines -de geranios y damas de noche- de la tercera edad para no cesar de preguntar al respecto del patrimonio inmaterial que construyó una ciudad, Jerez, tan pivotante entre los pliegues de sus episodios hoy ignotos y el balanceo de sus cunitas (de Mariano) de costumbres o anécdotas cuya busilis también -pese a que antecedieran mucho o poco a la hora de nuestro nacimiento- nos definen y nos fajan como jerezanos oyentes y oferentes. Como agentes activos del devenir de nuestra ciudad.

Hay quienes les importa una higa el suelo que los vio nacer. Su personalidad colectiva y su devenir sociológico. Su impronta. Su génesis local. Esta laxitud es propia de una postura desahogada, de vocación trasterrada. O transferida por dejación. Una deserción a la patria emocional, sensitiva, de la infancia. Y ya sabemos que al ámbito machadiano de “estos días azules y este sol de infancia” no debemos afearle nada así nos pongan una soga al cuello. Pues -por omisión- estaríamos instrumentalizando un pasotismo ramplón desacorde con la misma naturaleza del hombre. Puro Rilke. Pura catarsis memorialista. Purismo orgánico de la razón de ser. Del ser. Del tú, me, conmigo. Sin caer en las grandilocuentes tentaciones del chovinismo. Sin poner al desnudo el agujero negro de la autosuficiencia o la siempre traicionera petulancia. A quienes prácticamente -disculpen la hipérbole- desde el orinal de sus pañales ya se mostraron propensos al desentendimiento o a la pusilanimidad para con el temperamento de su ciudad natal, yo -ahora que estamos abrochados a días de lectura serena- les recomendaría alguna obra ensayística del agudo escritor sevillano José María Izquierdo. No apostrofarían su tiempo en balde.

Por tanto este ‘Jerez íntimo’ prosigue su direccionada e incluso diseccionada línea de no dar puntada sin hilo. Al abrigo de las fechas que nos fraternizan. Fuera de las Navidades hace frío. Y al margen de la nostalgia corre un viento capaz de sobrellevarnos en volandas. De modo que apostemos por el calor de una secuencia jerezana de los años sesenta del pasado siglo. La atmósfera callejera/navideña no sólo transcurría dentro de las televisiones en blanco negro mientras el abuelo José Isbert buscaba a la desesperada a Chencho en la Plaza Mayor. También el centro de Jerez encontraba -huyendo de lo snob- su ambientación de comercios abiertos, villancicos antiguos como animosidad de fondo, luces sobre la oscuridad de la tarde noche -como un soplo de bombillas sobre el lienzo de chavalería con flequillo al corte- y un desarrollismo económico apostado a favor o a partir de la mediana empresa. Jerez, en aquellos atardeceres invernales del nacimiento de un nuevo año, olía a castaña asada.

La ilusión de los chiquillos no se imbricaba en el derroche. Sino en el sueño de las claras del día del 6 de enero con un domicilio de salón abierto -como un escaparate privado- al fuerte de Comansi, a los Madelman exploradores, a la bicicleta generadora de movilidad en libertad y al Exin Castillo colección azul “con figuras”… Como anticipo a la aventura solícita de la magia de los juguetes que amanecerían en casa, una visita tomaba mando en plaza durante los días previos al gozo de esta Epifanía, puntual a su anual cita: un Rey Mago en su trono colocado ante la fachada principal de la céntrica iglesia conventual de San Francisco -justamente donde ahora los jerezanos pueden contemplar el azulejo del Señor de la Vía-Crucis-. Este Rey Mago respondía a una iniciativa del fotógrafo profesional Juan Peña, quien agudizó así el ingenio para convertir su oficio en producto también de consumo navideño. Las fotografías de Juan Peña con el Rey Mago de San Francisco, como podemos contrastar en la ilustración de nuestro ‘Jerez íntimo’ de hoy -y que data de 1966-, constituía todo un clásico de la época que además comenzaba a activar el sistema nervioso de los más pequeñines. Era el primer encuentro personalizado entre su Majestad de Oriente, en representación de los tres archisabidos, y el Jerez niño. O el Jerez en niñez. Un instante revestido por el incienso de la proximidad. Por un temblor coronado de memoria. Por una fascinación de ojos abiertos y labios de biberones. Por un diálogo entre la inocencia y el mejor reinado que jamás conocieron los siglos.

QOSHE - Jerez 1966: un Rey Mago en San Francisco - Marco Antonio Velo
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Jerez 1966: un Rey Mago en San Francisco

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29.12.2023

La desmemoria, como la amnesia colectiva, es miope. O sectaria a menudo. La amnesia colectiva, como las fauces de los olvidos, todo lo devora. Las fauces de los olvidos, como la ignorancia, carcomen. La ignorancia, como la desmemoria, juega a la rueda, rueda. Y así en las palabras encadenadas de una circunferencia a veces mostrenca. Como el hula-hop, como el aro de gimnasia, que no sale de su circuito en redondel. Dar vueltas sobre sí mismo es propio de una peonza sin conciencia pero no de una ciudad conforme a su Historia. Por esta ineluctable razón no debemos escatimar el sondeo -y no el merodeo- de un ejercicio harto necesario (como ciudadanos de a pie pero también como constructores -y no interventores- de un presente/futuro que nos exige al menos el conocimiento somero de nuestra procedencia) y de una norma autoimpuesta como gimnasia cultural: charlar de tarde en tarde -como así el niño Salvatore y el veterano operador de cámara Alfredo en ‘Cinema Paradiso’- con los abuelos, con los venerables, con los ancianos -o no tanto-, con los adorables habitantes de los jardines -de geranios y damas de noche- de la tercera edad para no cesar de preguntar al respecto del patrimonio inmaterial que construyó una ciudad, Jerez, tan pivotante entre los pliegues de sus episodios hoy ignotos y el balanceo de sus cunitas (de Mariano) de........

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