La aventura astrofísica de Canarias tiene el carisma narrativo de las epopeyas y un toque de cuento largo con aromas de El Principito de Saint Exupéry. No es una historia blanda ni siempre exitosa, hay zancadillas, caídas y remontadas con personajes de toda calaña que se cruzan en el camino, algunos de ellos providencialmente. Hay reyes, sabios, cometas y grandes telescopios que descubren secretos insondables en el espacio. Y están la malicia humana, el componente inexcusable de la envidia, las rivalidades y la lucha de intereses. Pero es una proeza coral inconmensurable que pide un relato ilustrado, como digo, para grandes y niños. Lo tiene todo.

Hacer el mayor telescopio óptico del mundo y subirlo en piezas por los riscos de La Palma hasta las nubes del Roque de los Muchachos como incas insulares en nuestro Machu Picchu particular fue toda una odisea, entre muchas otras. Rafael Rebolo anhelaba contar, además, con un telescopio ruso de nueva era predestinado a venir a Canarias de no haber sido por la guerra de Ucrania. Pocos saben que Putin proponía estas islas para ese emplazamiento, pese a otras opiniones diferentes.

El director que acaba de cumplir su mandato sucedió a Francisco Sánchez, hace diez años, al frente del IAC, que era la joya de la corona. Rebolo (ambos obtuvieron el Premio Taburiente de la Fundación DIARIO DE AVISOS) heredaba una institución de máximo rango científico mundial, quizá la única que en España puede tutear a lo más granado de la élite de la Astronomía, y entrega ahora el testigo al físico solar Valentín Martínez, que vuelve a casa tras una década dirigiendo el Observatorio Solar de Estados Unidos.

El IAC es ya un hito legendario dentro de la Astrofísica del último medio siglo y constituye una fábrica de genios presentes y futuros a los que el Nobel ronda en unos observatorios que miran cada ve más lejos. Dicen que los telescopios Quijote están llamados a proveernos de ese galardón. El propio Rebolo, cuyo Experimento Tenerife en el Teide detectó las primeras huellas del Big Bang, llevaba el carrerón de los aspirantes a ese Olimpo cuando cogió las riendas del Instituto que Sánchez había parido, amamantado y llevado en volandas hasta su mayoría de edad.

Rebolo es un físico que ya entonces (años 80 y 90) investigaba los orígenes del universo con los pies en la tierra. Cuando Nature publicó los hallazgos, hace ahora justamente 30 años, de la prueba fehaciente de la Gran Explosión (14.000 millones de años atrás), fruto de unos pequeños aparatos instalados en el Teide, en California se oyó el eureka de George Smoot. Conocí a este físico americano, que debía su popularidad a los resultados del satélite Cobe lanzado al espacio por los americanos. Las dos investigaciones coincidían en sus logros: la de Smoot, gracias al satélite y la del dúo Rebolo y Rod Davies (Universidad de Manchester), gracias al modesto instrumental utilizado en el Teide. Estamos hablando de los grandes cimientos de la cosmología. Eran gente que habían demostrado, desde dos orillas distantes del mundo, la veracidad del Big Bang, la causa motriz de todo. Se trataba del descubrimiento de las primeras semillas del universo, la radiación de microondas cósmica de fondo. El Nobel se lo llevó el americano, y Rebolo y el inglés Davies pagaron el coste de la insularidad. Luego el canario adoptivo se lanzó a buscar exoplanetas y enanas marrones y a meter las narices en los agujeros negros.

Estas actividades deslumbraron a Stephen Hawking, como comprobé durante la visita al IAC del mítico físico teórico, que escribía por entonces un libro sobre Dios, los extraterrestres y los viajes en el tiempo, Breves respuestas a las grandes preguntas (su obra póstuma). Hawking salió del encuentro con Rebolo en La Laguna decidido a venir todos los veranos a trabajar con su equipo. La muerte se lo impidió.

Las últimas batallas de supervivencia del IAC (su mayor encanto biográfico es, precisamente, su resiliencia, las veces que lo quisieron raptar y llevarse la sede a los Madriles y las campañas de asedio con tal propósito) han oscilado entre la demanda de fondos para subsistir y el pulso por atraer el TMT, el telescopio de treinta metros de Hawái, que los indígenas nos han puesto en bandeja con sus protestas en las faldas del Mauna Kea, el volcán sagrado.

Ese espíritu combativo es inherente al IAC desde que dio sus primeros pasos en una cabaña con luz de velas en otro volcán, el Teide. Sánchez había roto el protocolo con ocasión de una visita del presidente Adolfo Suárez para que sacara de la indigencia su sueño de mirar a las estrellas con el presupuesto general del Estado, que por entonces se limitaba a invertir en carreteras y a nadie se le pasaba por la cabeza construir telescopios en dirección al cielo. De esa osadía, en mitad de una visita oficial, nació el mayor prodigio científico alumbrado en estas islas. El padre de la criatura era un toledano que se había enamorado del cielo de Canarias como a Chillida le sucedió con la montaña majorera de Tindaya. El cielo tenía la ventaja de que los telescopios no lo horadaban, sino lo protegían. De ahí surgió la famosa Ley del Cielo de Canarias. Cuando el telescopio extremadamente grande se le escapó de las manos y se eligió el desierto de Atacama (Chile), Sánchez pensó que nada estaba perdido. El cielo es muy grande, pero el de Canarias era único y vendrían otras oportunidades.

Rebolo (canario de Cartagena) es de la misma raza. Por eso no se arrugó, consciente del coste personal de asumir el cargo hace un decenio, una etapa política de España marcada por la Gran Recesión. Su labor ha sido impagable por semejante audacia. Y lo que más impresiona es que haya liderado la empresa más importante del conocimiento humano de esta tierra y este país con la nota más alta, como un alumno elegido para salvar su universidad en medio de las bombas del destino. Nos habíamos hundido en aquella hondonada, que iba a ser premonitoria de otras catástrofes, incluso guerras. Era una lucha contra la escasez y el hambre: la crisis que imitaba al crac del 29. Este IAC es un milagro. Y solo Rebolo conoce cómo ha podido llevar el barco a buen puerto contra viento y marea, en silencio, diez años después.

QOSHE - La gesta de Rebolo - Carmelo Rivero
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La gesta de Rebolo

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21.01.2024

La aventura astrofísica de Canarias tiene el carisma narrativo de las epopeyas y un toque de cuento largo con aromas de El Principito de Saint Exupéry. No es una historia blanda ni siempre exitosa, hay zancadillas, caídas y remontadas con personajes de toda calaña que se cruzan en el camino, algunos de ellos providencialmente. Hay reyes, sabios, cometas y grandes telescopios que descubren secretos insondables en el espacio. Y están la malicia humana, el componente inexcusable de la envidia, las rivalidades y la lucha de intereses. Pero es una proeza coral inconmensurable que pide un relato ilustrado, como digo, para grandes y niños. Lo tiene todo.

Hacer el mayor telescopio óptico del mundo y subirlo en piezas por los riscos de La Palma hasta las nubes del Roque de los Muchachos como incas insulares en nuestro Machu Picchu particular fue toda una odisea, entre muchas otras. Rafael Rebolo anhelaba contar, además, con un telescopio ruso de nueva era predestinado a venir a Canarias de no haber sido por la guerra de Ucrania. Pocos saben que Putin proponía estas islas para ese emplazamiento, pese a otras opiniones diferentes.

El director que acaba de cumplir su mandato sucedió a Francisco Sánchez, hace diez años, al frente del IAC, que era la joya de la corona. Rebolo (ambos obtuvieron el Premio Taburiente de la Fundación DIARIO DE AVISOS) heredaba una institución de máximo rango científico mundial, quizá la única que en España puede tutear a lo más granado de la élite de la Astronomía, y entrega ahora el testigo al físico solar........

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