De Concha Velasco teníamos un amplio menú de vertientes, la actriz o cantante, la bailarina de ballet clásico que se fajaba con óperas y lo que se terciara, la polifacética presentadora de televisión…, pero se imponía aquel cliché fácil de chica yeyé, a la que Luis Aguilé le quiso usurpar la canción.
“En realidad, yo lo que quiero es bailar”, me dijo una vez en Santa Cruz, cuando representaba un espectáculo con ese nombre. La actriz vallisoletana que acaba de dejarnos llegó a Madrid tímidamente, siendo bailarina, a buscarse un hueco en la farándula y la iconografía españolas. Ahora reposa en el panteón de los pucelanos ilustres junto a Miguel Delibes, José Zorrilla y Rosa Chacel.
En persona tenía el atractivo rutilante de las estrellas, era una mujer luminosa que sonreía, un astro. Y el cosmos de la gran pantalla le pertenecía. La tele era un arte de bolsillo donde hacía Estudio 1. El resto fue poliédrico siempre, hasta antes de ayer, pues se retiró tarde después de hacer todo lo quiso, entre el cine y el teatro. Era nuestra Meryl Streep. Y hacía un striptease si el guion lo exigía, cuando el destape, porque ya dijo que era feminista sin paliativos, sin pudor.
Concha Velasco brillaba, en efecto, con luz propia, simpática y míticamente. En una charla de media hora te contaba su vida de niña periférica que quería bailar y conquistó el séptimo arte y el corazón del público que era como su interlocutor. Costaba creer, y era cierto, que lloraba en los hombros de los taxistas, pedía auxilio a sus fans cuando sufría por algo o por alguien. Concha Velasco (“yo soy muy mandona”, me dijo, pero pedía un salvavidas con la mirada) era una niña a la que llamaban la Chiti, cuya celebridad no le impedía ser transparente. Era la artista más asertiva que he conocido en toda mi vida. Así de claro.
La entrevista se la hice en RTVC en 2012 y duró media hora, como todas aquellas matutinas que realicé, en el turno vacante de Mayer Trujillo en el canal autonómico. Acabo de verla en YouTube, porque me dejó un grato recuerdo que su adiós a los 84 años me ha resucitado como si la memoria siguiera viva por un acto de defunción.
Hubo un antes y un después, pero en esos 30 minutos me llevó por la esfera de su trayectoria como subidos en un globo (ella hablaba de volar en una alfombra mágica, recuerdo) y dejó en el aire su noción de eternidad: “Mientras sigues queriendo a una persona, la haces inmortal.” Lo decía por Paco Marsó, el hombre al que la prensa de papel cuché pensaba que ella debía de seguir odiando, y resultó que no era así. “Ojalá mis hijos me quieran como yo a Marsó”, dijo antes de hacer una revelación. Era cierto que rompieron y dejaron de hablarse. A causa de Hacienda se deshacen matrimonios por las deudas contraídas, y el IVA había matado aquel amor. Pero ella me confesó (“lo digo por primera vez”, subrayó) que soñaba todas las noches con él, ya póstumamente. “Sueño con Paco, le pido perdón y le rezo un padrenuestro”. Era muy católica, se reivindicaba, “como si hubiera sido musulmana”. Después superó un cáncer, nunca se rendía. Llegó a donde llegó, pero cuánto anduvo.
Hablamos mucho antes de que se encendieran las cámaras, y después detalló cuándo, cómo y por qué se rompió aquel jarrón, que ella recomponía como en el kintsugi japonés. Aquella mujer guardaba sus propios secretos de alcoba y libraba lances de pareja con viento en contra y a favor o viento fresco, no iba a dar explicaciones a nadie de sus infidencias y confidencialidades. Los cuernos y dispendios que atribuían a su marido le traían sin cuidado. También ella llevaba su propia cuenta.
Le importaba la cuestión de fondo: las esquirlas del amor. La vida en verso y en prosa. Concha Velasco no era de seda ni era de hierro. ¡Qué mujer más intensa, bella, libre y adictiva! Yo decía por entonces (hace once años) que retaba a cualquier periodista a superar la prueba de pasar 30 minutos con Concha Velasco sin caer hechizado por sus encantos. Podía ser seductora a su antojo, sabía que ese don le adornaba y que ella llevaba ventaja en el tête-à-tête con cualquier hombre que se le pusiera delante. Entonces, antes de arrancar la entrevista, se deslizó por el terreno más resbaladizo de sus intimidades, y yo me decía a mí mismo que aquella mujer que se estaba desnudando era Concha Velasco, la chica Berlanga, la que triunfó en la Villa y Corte, pero habría querido vivir en Tenerife, a donde viajaba constantemente con su padre militar, cada uno en la isla en busca de su tesoro. Era una actriz estajanovista. En Mérida actuó quince noches y acabó con una peritonitis.
En el amor tampoco se dejaba doblegar. Había amado deprisa a muchos hombres, pero su idilio inagotable con el trabajo más exigente del mundo la convertía en una santa terrenal que se daba al oficio en cuerpo y alma como una Teresa de Jesús del cine español, el personaje testamentario de toda su carrera de actriz, según me aseguró sin género de dudas. Aquella mujer ya era divina y ahora se ha ido al gran coliseo que le faltaba por pisar.

QOSHE - Concha Velasco que estás en el cielo - Carmelo Rivero
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Concha Velasco que estás en el cielo

9 0
05.12.2023

De Concha Velasco teníamos un amplio menú de vertientes, la actriz o cantante, la bailarina de ballet clásico que se fajaba con óperas y lo que se terciara, la polifacética presentadora de televisión…, pero se imponía aquel cliché fácil de chica yeyé, a la que Luis Aguilé le quiso usurpar la canción.
“En realidad, yo lo que quiero es bailar”, me dijo una vez en Santa Cruz, cuando representaba un espectáculo con ese nombre. La actriz vallisoletana que acaba de dejarnos llegó a Madrid tímidamente, siendo bailarina, a buscarse un hueco en la farándula y la iconografía españolas. Ahora reposa en el panteón de los pucelanos ilustres junto a Miguel Delibes, José Zorrilla y Rosa Chacel.
En persona tenía el atractivo rutilante de las estrellas, era una mujer luminosa que sonreía, un astro. Y el cosmos de la gran pantalla le pertenecía. La tele era un arte de bolsillo donde hacía Estudio 1. El resto fue poliédrico siempre, hasta antes de ayer, pues se retiró tarde después de hacer todo lo quiso, entre el cine y el teatro. Era nuestra Meryl Streep. Y hacía un striptease si el guion lo exigía, cuando el destape, porque ya dijo que era feminista sin paliativos, sin pudor.
Concha Velasco brillaba, en efecto, con luz propia, simpática y........

© Diario de Avisos


Get it on Google Play