Han pasado ya treinta años de aquella desdicha y aún la recuerdo como si fuera esta misma mañana. El día era lluvioso y el embotellamiento de tráfico en el entonces viaducto de Sabino Arana nos tenía atrapados. El atasco era habitual, nada extraordinario. Pero la jornada gris no presagiaba nada positivo. Sé que resulta irracional pero hay circunstancias que a mí me resultan premonitorias. La falta de luz solar es una de ellas. La penumbra matutina amohína mis pensamientos y los vuelve sombríos. La radio acompañaba aquel trayecto tan poco edificante. El monótono acceso a Bilbao quebraba su grisura con un flash informativo de urgencia. Se había escuchado un tiroteo en el centro de la villa.

En aquel tiempo, estábamos acostumbrados a que el corazón se nos encogiera con la advertencia del terror latente que sacudía a nuestro mundo. No nos habíamos acostumbrado al dolor del terrorismo, porque sus secuelas siempre son extraordinariamente angustiosas, pero convivíamos con la zozobra de su presencia entre nosotros ya que en cualquier momento podían llegar noticias de acciones violentas selectivas o indiscriminadas. Eran tiempos en los que ETA y sus satélites habían acuñado aquel objetivo de socializar el sufrimiento.

Las primeras conjeturas informativas dieron paso a una certeza; se había producido un atentado terrorista en las inmediaciones del Campo Volantín. Un individuo había disparado a bocajarro al conductor de un automóvil detenido en un semáforo.

Poco tiempo tardaron los medios de comunicación en identificar a la víctima; se trataba de un sargento de la Policía autónoma. El ertzaina en cuestión se llamaba Joseba Goikoetxea.

Sí, era Joseba. Un compañero de partido. El amigo con el que esa misma mañana me había citado para intercambiar puntos de vista sobre la coyuntura del momento.

Treinta años

Es difícil expresar cuál fue mi reacción al tener conocimiento del suceso. Solo recuerdo sentirme hueco, helado, sin capacidad de reacción por el impacto de aquella tragedia.

Sí, han pasado treinta años y en ellos, nuestras vidas han cambiado mucho, pero no lo suficiente como para olvidar. Lo más importante de todo es que ETA ya no está entre nosotros. Se apagó entre fuegos de artificio que escondieran su derrota social, política y moral. Desapareció sin conseguir ni uno solo de sus objetivos por los que causara tanto daño injusto y tanta miseria. Sin reconocer su culpa y sin pedir perdón por las víctimas provocadas, por llevar la desolación y el desgarro a miles de familias que vieron truncada su vida y su expectativa de futuro.

Joseba Goikoetxea fue una de esas víctimas. Una más. Y el dolor de su pérdida, pasado el tiempo, me ha enseñado a valorarlo al mismo nivel que el de otras víctimas a las que personalmente no he conocido o que , en su momento, consideré , erróneamente como “ajenas”.

Joseba era mi amigo y por eso he sentido con más intensidad su muerte. Pero la injusticia de su sacrificio es la misma que la de cualquier otra vida truncada por la sinrazón del terrorismo. Reconocerlo es una obligación para con todas las víctimas y para con sus familias.

Hoy, sábado, un grupo de amigos y compañeros de Joseba se van a reunir en Bilbao para recordarle en este aniversario de su asesinato. Se rendirá homenaje al abertzale íntegro que luchó contra Franco en la clandestinidad. Al activista nacionalista que dio con sus huesos en la cárcel por separatista y que salió en libertad de Carabanchel con la amnistía. Se traerá a la memoria colectiva a aquel jovial muchachote que en la entreplanta del batzoki de Abando repartía correspondencia a las organizaciones municipales del PNV y con ella la revista Euzkadi.

Se recordará al militante de la libertad que vocacionalmente formó parte del primer embrión de la Ertzaintza para, desde sus convicciones democráticas, defender la paz y la seguridad en este Pueblo.

Él estuvo en la primera línea, en la formación de una policía integral de la que este país se sintiera orgullosa. Un cuerpo profesional, entregado a la causa, capaz de hacer frente a los desafíos que amenazaran la convivencia y la libertad. Lo hizo conformando los primeros grupos de élite de la Ertzaintza y más adelante, tras la muerte de Genero García de Andoain en el operativo policial que permitó la liberación del secuestrado Lucio Aguinagalde, enfrentándose a la acción terrorista de ETA a la cabeza de la Unidad de Investigación.

Joseba Goikoetxea supo rodearse de un amplio equipo de jóvenes agentes que desarrollaron una eficaz labor de persecución de la estrategia terrorista, lo que les valió ser perseguidos, acosados y en su caso, atacados directamente (Montxo Doral, asesinado en Irun en marzo de 1996).

El nombre de Joseba apareció en pintadas, en pasquines de KAS, en las páginas de Egin. Y en un comunicado de ETA (1991) en el que la organización terrorista le tachó de “despreciable torturador” y “asesino de encargo”.

Joseba se sentía amenazado pero jamás renunció a su convicciones; “no me extraña que un comando tenga mi dirección porque jamás me he escondido de nadie”. “Soy vasco, seguiré viviendo en Euskadi y como muchos ertzainas, estoy orgulloso de las labores que he desarrollado en este campo”.

Aun en los momentos más duros le recuerdo confiando en que un día la paz estallaría en Euskadi. Soñaba con que la violencia acabara y entre todos conformáramos una Euskadi de respeto, de tolerancia y de convivencia. Sí. Era un soñador, aunque con los pies en el suelo.

Treinta años después, nada es igual que ayer. Ni la Ertzaintza es la misma. Creo que Joseba tampoco reconocería determinados comportamientos y actitudes que se han alejado de aquel espíritu vocacional y de servicio al país del que él formó parte promotor. Pero tampoco estaría complacido ni hubiera permitido que se desprestigiara reputacionalmente a toda la institución policial por la actitud de un grupo o de un colectivo determinado.

Treinta años ya de aquel abrupto final. Toda una vida que se ha abierto paso gracias a la semilla germinada que Joseba dejó entre nosotros. En días como el que hoy transitamos me surge una sonrisa. Y es que me imagino a Joseba Goikoetxea acompañado por Gorka Agirre disfrutando de una buena cerveza y brindando por los muchos amigos que les añoramos y que tuvimos el privilegio de compartir con ellos momentos inolvidables. Beti arte lagunak!

Miembro del Euskadi Buru Batzar del PNV

QOSHE - Treinta años - Koldo Mediavilla
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Treinta años

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25.11.2023

Han pasado ya treinta años de aquella desdicha y aún la recuerdo como si fuera esta misma mañana. El día era lluvioso y el embotellamiento de tráfico en el entonces viaducto de Sabino Arana nos tenía atrapados. El atasco era habitual, nada extraordinario. Pero la jornada gris no presagiaba nada positivo. Sé que resulta irracional pero hay circunstancias que a mí me resultan premonitorias. La falta de luz solar es una de ellas. La penumbra matutina amohína mis pensamientos y los vuelve sombríos. La radio acompañaba aquel trayecto tan poco edificante. El monótono acceso a Bilbao quebraba su grisura con un flash informativo de urgencia. Se había escuchado un tiroteo en el centro de la villa.

En aquel tiempo, estábamos acostumbrados a que el corazón se nos encogiera con la advertencia del terror latente que sacudía a nuestro mundo. No nos habíamos acostumbrado al dolor del terrorismo, porque sus secuelas siempre son extraordinariamente angustiosas, pero convivíamos con la zozobra de su presencia entre nosotros ya que en cualquier momento podían llegar noticias de acciones violentas selectivas o indiscriminadas. Eran tiempos en los que ETA y sus satélites habían acuñado aquel objetivo de socializar el sufrimiento.

Las primeras conjeturas informativas dieron paso a una certeza; se había producido un atentado terrorista en las inmediaciones del Campo Volantín. Un individuo había disparado a bocajarro al conductor de un automóvil detenido en un semáforo.

Poco tiempo tardaron los medios de comunicación en identificar a la víctima; se trataba de un sargento de la Policía autónoma. El ertzaina en........

© Deia


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