LA HABANA, Cuba. – Existen pocas cosas que resulten más notables que el descubrimiento del mar y sus olores. Yo reconocí tal trascendencia cuando no había dado los primeros pasos. Fue hace mucho tiempo, tanto que me resultaría imposible relatar las primeras impresiones, pero sí recuerdo el insistente relato de mis mayores, ese con el que hacían notar la primera mirada al mar de aquel niño que fui, y luego la entrada al mar, el encuentro definitivo, el manoteo sobre el agua y las salpicaduras que, irremediablemente, mojaban la cara de ese niño que fui, y que reía gozoso.
Yo descubrí el mar hace ya un tiempo, quizá larguísimo, y hasta creo que los detalles serían buenos para especular sobre ese primer encuentro. Ese instante sería extraordinario para armar una novela que quizá escriba algún día, y que podría llamarse “El niño y el mar”, pero eso será en otro momento, porque lo que ahora me importa de esa playa de mi infancia no es el relato de aquel niño en brazos de su madre que descubriera el mar, ni su primera entrada.
Lo que realmente me interesa ahora son las notoriedades, las resonancias, que ha estado ganando la playa de mi infancia en el ámbito noticioso cubano, lo mismo en Miami que en La Habana. Y es que Nazábal está en boca de todos, pero mucho más en la de los políticos, y en la de los periodistas a quienes esos políticos compulsan para que se haga más visible la playa de mi infancia. Mi querida Nazábal está ahora en “El Bombo”, que así solíamos decir para señalar ciertos protagonismos, y algunos éxodos.
Resulta que desde hace un tiempo, bastante largo ya, a mi playa, la de la infancia, la llaman irónicamente “la terminal tres del Aeropuerto Internacional José Martí”, incluso cuando ni siquiera existía en el aeropuerto de Rancho Boyeros esa terminal tres, cuando ni siquiera aparecía como proyecto. Y las razones eran, todavía lo son, más que obvias. Nazábal era el punto de la geografía cubana desde donde más “salidas ilegales” se producían.
Y pasó el tiempo, y pasó un águila, y muchas más, sobre el mar de Nazábal… Y ya hace mucho tiempo que no existe aquel gascar que nos llevó tantas veces a la playa Nazábal saliendo desde Encrucijada. Y tampoco existe el carahata que desandaba el camino de rieles para llegar a la playa, pasando por el Central Emilio Córdoba, ese central azucarero que antes se llamó Nazábal, como la playa, algo antes de que Fidel Castro se hiciera del poder y arrebatara a sus dueños los centrales azucareros, para rebautizarlos luego con ajenos nombres.
Y el central Nazábal fue rebautizado con el nombre de Emilio Córdoba. Y quizá esos cambios de nombre fueran el primer signo de la destrucción de la industria azucarera. Y quizá Emilio Córdoba, ese muchacho que diera su nombre al central Nazábal, podría ser hoy un opositor al gobierno comunista, como quizá lo fuera Abel Santamaría, como cualquiera de los padres de esos muchachos que hacen hoy el trayecto por mar para llegar a Florida, y desde Nazábal.
Encrucijada ya nos es el sitio donde naciera Abel Santamaría o su hermana Haydée. Encrucijada ya no es el pueblo de Jesús Menéndez. Encrucijada ya no es el municipio, que conforman también los poblados de El Santo y Calabazar, esos en los que nacieran, respectivamente, Onelio Jorge Cardoso y Carlos Loveira, este último una de las más grandes plumas de la Isla. Encrucijada ya no es el pueblo de fabulosas parrandas y de admirables carrozas. Encrucijada es solo esa municipalidad en la que está enclavada Nazábal, el sitio de los grandes éxodos, de las muchas escapadas.
Nazábal tiene ahora otras connotaciones, entre las que ya no está aquel muelle al que al niño, incluso al joven que fui, le parecía enorme. Nazábal ya no tiene el almacén desde donde se lanzaba aquel joven que fui, ese almacén que se me antojaba enorme, y donde alguna vez se guardara el azúcar que acogían luego las patanas para llevarla hasta diversos puntos de la geografía cubana; pero Encrucijada tiene hoy muy tristes resonancias que el Gobierno hace visibles en la televisión nacional. Nazábal es hoy, más que todo, tráfico de personas.
El Gobierno ahora hace muy visible a mi Nazábal, y a los traficantes de personas que llegan hasta allí, pero calla sus muchos estropicios, que llevan a los cubanos a salir desde ese punto, a esperar la lancha que pagara en Miami su familia para conseguir abandonar la Isla. Y son esas salidas por Nazábal las que propician, y en gran medida, la perpetuidad del gobierno comunista.
Y quien se monta en la lancha también propicia la fama de aquella discreta playita de mi infancia, de esa playita en la que conocí el mar, el azul del mar. Y quien comanda la lancha, quienes se montan en Nazábal, son también culpables de la perpetuidad del comunismo y de sus muchos estropicios. Cuba no está por fundar, Cuba está fundada y, tristemente, desfondada, y perdiendo muchos hijos en el mar. Nosotros no tenemos que fundar, como los hebreos, una nación.
Nuestra nación, aunque presa y esclava, ya está fundada, y el éxodo por Nazábal, por cualquier punto de la Isla, ayuda a la perpetuidad de los comunistas. Y cada escapada es un nuevo apuntalamiento al poder. Salir de Cuba es salir de la “casa de la servidumbre”, y quedarse la única posibilidad de vencer. Moisés flotó sobre las aguas del Nilo, pero el Nilo no es Nazábal ni el Atlántico, y nosotros no somos Moisés.
Por Nazábal, por cualquier sitio, y con cualquier escapada, permitimos el reforzamiento de los comunistas. ¿Escapar es posible? No creo que consiga escapar del todo un buen cubano. ¿Acaso la escapada y el exilio aportan algún componente que inmunice, que te saque a Cuba de la cabeza, de las entrañas? Los cubanos, al menos muchos, estamos sujetos a un proceso de fuga.
Y nadie consiguió escapar del todo y definitivamente, al menos hasta hoy, de la muerte; sin embargo muchos de los cubanos que se van la enfrentan sin recato, le dan el frente a las olas, a las tormentas peores, pero evaden al Gobierno, lo escabullen. El viaje está en el imaginario de la mayoría de los cubanos, pero el viaje como escapada. Y me pregunto si escapar es realmente probable. Yo creo que escapar no es solo un problema de cambiar de lugar.
Escapar es, al menos para nosotros, una superchería, porque en la mayoría de los casos la cabeza se queda varada en Cuba, y se vuelve a ella una y otra vez, quizá tratando de encontrar la cabeza que se quedó por acá. Nazábal, la playa de mi infancia, es un ejemplo. Nazábal es el sitio al que muchos vuelven para llevarse a uno y luego a otro, quizá creyendo, o pretendiendo, llevarse todo el país y plantarlo allí, en el espacioso Norte con el que sueñan muchos cubanos. Los cubanos pretenden plantar a Cuba en Arizona o California, en Nueva York o sobre el Gran Cañón, en Miami. Todo el país sobre un barco que comience en Nazábal su travesía. Y ojalá no sea ese el final, la única posibilidad de sobrevivir.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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