Un olvido, una distracción, un recuerdo que no consigue volver. Una serie de espacios en blanco que nublan el panorama e interrumpen el pensamiento haciendo que, como en las noches de neblina, sea más difícil mantenerse en el camino de una idea o de una conversación. El deterioro cognitivo asociado al cáncer, y a su tratamiento usando quimioterapia, son esas neblinas que se le cuelan al pensamiento, alteran la memoria y generan los olvidos. Hacen difícil mantenerse atentos y complejizan tareas que antes eran simples.

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Con las neblinas más frecuentes, los olvidos son notorios, se omite lo importante y se suma la carga de perder el control, de ceder cada vez más a la enfermedad y también al remedio.

Quien vive el cáncer no solo vive la pérdida del control del cuerpo, la fatiga y las náuseas luego de cada sesión de quimioterapia. También pierde las memorias más cercanas y las conversaciones más recientes. Esas pérdidas implican duelos: no sólo de la autonomía del cuerpo sino de la capacidad de mantener unidos los pensamientos, como toda pérdida, produce tristeza, dolor y, si no se atiende y se acompaña, sufrimiento.

Las neblinas del deterioro cognitivo pueden explicarse por la presencia de la enfermedad, donde las células encargadas de mantener el equilibrio del cuerpo pierden el control y células anormales empiezan a multiplicarse sin razón aparente. Pero este deterioro también lo puede causar el tratamiento.

El crecimiento descontrolado puede ocurrir en cualquier órgano y transformar completamente el paisaje celular de la persona. Es como si fuésemos una de esas estructuras artísticas hechas con millones de piezas de dominó, cuando una sola pieza pierde el equilibro afecta la siguiente, y la siguiente y la siguiente, haciendo el efecto cada vez más amplio, y con más piezas caídas se hace más difícil recuperar el equilibrio.

Este nuevo paisaje también afecta el sistema nervioso pues independiente del tipo de cáncer, los sistemas que hacen funcionar el cuerpo se conectan entre sí como las fichas de dominó. Frente a esto, la medicina y la ciencia tras ella han ido desarrollando nuevas estrategias para comprender y tratar la enfermedad.

Uno de los tratamientos más comunes es la quimioterapia. Para detener el efecto dominó, la quimio se incluye en el juego, como una nueva mano que pretende interrumpir la caída en secuencia al retirar una o dos fichas inestables de la estructura y evitar que las siguientes continúen cayendo.

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La entrada del nuevo jugador sacude la mesa donde reposan las fichas y las hace tambalearse, el acontecer de la quimio sacude todas las células, las que están enfermas y también las sanas. Esta sacudida es el impacto del tratamiento en todo el cuerpo, son los efectos secundarios, las náuseas, el dolor, la fatiga y también los olvidos.

Cuando pasa la quimio comienza un nuevo reto para el paciente: recuperar el cuerpo de la sacudida profunda que trajo la enfermedad y el tratamiento, poner en orden la estructura artística con las piezas de dominó que siguen disponibles y darles la oportunidad a las células sanas de seguir creciendo, reproduciéndose y manteniendo la vida.

Como en toda sacudida, quedan algunos rezagos y la neblina de los pensamientos es uno de ellos. Quimiocerebro es el término con el que se agrupan los cambios cognitivos que deja la quimioterapia, es un efecto de largo plazo y afecta la vida de la persona alterando no sólo la atención y la memoria sino también las emociones.

Con la neblina, o la quimioneblina como también le llaman en la literatura científica, el paisaje celular en todo el cuerpo cambia. Es como experimentar un gran “guayabo” metabólico luego de la quimioterapia y no poder ver claramente lo que tenemos cerca por la niebla que permanece.

El quimiocerebro genera disminución o pérdida de habilidades cognitivas, se enlentece el pensamiento y cuesta solucionar problemas básicos o lidiar con situaciones de la vida cotidiana que antes eran parte de la rutina.

Se hace más difícil consolidar nuevas memorias y recuperar las que ya estaban, como si el sistema de almacenamiento de la información perdiera sus bordes y la información se hiciera más difícil de escoger y encontrar. El lugar de las llaves, la próxima cita médica, el menú del último almuerzo, todo se hace difícil de alcanzar y de tener a la mano para usar cuando se necesite.

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La niebla que cambia la memoria y la atención hacen más frágiles las emociones, haciendo que la tristeza se sienta más triste, que las alegrías no duren tanto y que esa sensación de pérdida del control que comenzó con la enfermedad y se mantuvo en el tratamiento persista en el pensamiento. Quienes sobreviven el cáncer tienen el reto de enfrentarse y entender un nuevo paisaje cognitivo y emocional.

El quimiocerebro se empezó a estudiar hace pocos años, así que es difícil todavía saber qué lo produce exactamente y cómo se puede atender; incluso es difícil diagnosticarlo porque no existen evaluaciones especializadas que puedan determinar el deterioro cognitivo como efecto directo del cáncer y su tratamiento, aunque hay muchos grupos de investigación en el mundo dedicados a este objeto.

Por ahora se prestan herramientas de evaluación cognitiva y emocional que apuntan a otros fenómenos para tratar de relacionar los cuadros de atención, memoria y emoción alterada que deja el quimiocerebro.

Las estrategias de tratamiento también son prestadas, los planes de manejo y evolución de los pacientes se toman de la neuropsicología y de fenómenos que tienen puntos comunes con el quimiocerebro, como la demencia, el Alzheimer o la depresión. La atención se adapta llegando a generar, cuando es posible hacerlo, una atención casi que personalizada a cada paciente, historia y tipo de cáncer.

La buena noticia es que gracias al desarrollo de la investigación para entender y tratar cualquier tipo de cáncer cada vez es más alta la probabilidad de sobrevivir la enfermedad. La mala noticia quizá sea que, gracias al avance mismo de la ciencia para mantenernos vivos, tenemos que lidiar ahora con las consecuencias de un remedio que nos deja nublado el pensamiento.

*Este artículo fue posible leerlo en Cromos gracias a una alianza con Pesquisa Javeriana.

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Quimioterapia: hablemos del deterioro cognitivo cuando estás en tratamiento

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06.04.2024

Un olvido, una distracción, un recuerdo que no consigue volver. Una serie de espacios en blanco que nublan el panorama e interrumpen el pensamiento haciendo que, como en las noches de neblina, sea más difícil mantenerse en el camino de una idea o de una conversación. El deterioro cognitivo asociado al cáncer, y a su tratamiento usando quimioterapia, son esas neblinas que se le cuelan al pensamiento, alteran la memoria y generan los olvidos. Hacen difícil mantenerse atentos y complejizan tareas que antes eran simples.

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Con las neblinas más frecuentes, los olvidos son notorios, se omite lo importante y se suma la carga de perder el control, de ceder cada vez más a la enfermedad y también al remedio.

Quien vive el cáncer no solo vive la pérdida del control del cuerpo, la fatiga y las náuseas luego de cada sesión de quimioterapia. También pierde las memorias más cercanas y las conversaciones más recientes. Esas pérdidas implican duelos: no sólo de la autonomía del cuerpo sino de la capacidad de mantener unidos los pensamientos, como toda pérdida, produce tristeza, dolor y, si no se atiende y se acompaña, sufrimiento.

Las neblinas del deterioro cognitivo pueden explicarse por la presencia de la enfermedad, donde las células encargadas de mantener el equilibrio del cuerpo pierden el control y células anormales empiezan a multiplicarse sin razón aparente. Pero este deterioro también lo puede causar el tratamiento.

El crecimiento descontrolado puede ocurrir en........

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