Los grandes bancos de EEUU afirman que una regulación excesivamente estricta los ata de manos. Así que, en respuesta, están adoptando un nuevo negocio que los convierte en Houdinis del balance. Se llama transferencia sintética de riesgos y es una versión de los estertores de la ingeniería financiera anterior a la crisis. El peligro para los propios bancos es mínimo, aunque a medida que sean más creativos con su uso, los inversores tendrán que leer la letra pequeña.

Estos actos de escapismo financiero, ya usados por firmas como Morgan Stanley, JP Morgan y Santander, están ganando popularidad porque los bancos se encuentran en un aprieto cada vez mayor. La concesión de préstamos implica fundamentalmente aceptar riesgos, y los reguladores quieren que los bancos dispongan de fondos propios suficientes para absorber pérdidas en caso de que esos riesgos se materialicen. Pero los fondos propios son caros: un accionista puede esperar una rentabilidad del 10%. Y las nuevas normas de Basilea, Basilea Endgame, obligarán a los bancos a tener aún más capital del que ya tienen.

Las entidades no quieren vender sus préstamos, ya que eso puede acarrearles pérdidas, sobre todo si se concedieron en tiempos mejores. Y aunque han amenazado con retirarse de ciertos tipos de negocio debido a las reformas de Basilea –en particular, los préstamos hipotecarios–, en realidad, preferirían no hacerlo. Ahí es donde entra en juego la transferencia de riesgos. Un banco encuentra inversores externos dispuestos a asumir la primera parte de las pérdidas de los créditos si los prestatarios se hunden, y a cambio paga una comisión periódica, casi como el cupón de un bono. Esto es invisible para los prestatarios, pero protege al banco si las cosas van mal.

En teoría, estas transferencias resuelven perfectamente el problema del capital caro. Al transferir la parte más arriesgada de una cartera de préstamos, los reguladores permiten a los bancos reducir la cantidad de capital que deben mantener contra ella. Un ejemplo: supongamos que una entidad tiene 100 millones de dólares en créditos. Los organismos de control de EE UU podrían exigir que se reserve un capital equivalente al 8% de ese montante, es decir, 8 millones. Pero si el banco puede reducir, digamos, los primeros 13 millones de pérdidas –que cubren los préstamos más arriesgados–, los reguladores pueden permitirle tratar lo que queda como si fuera la parte más segura de una inversión titulizada. En ese ejemplo, los fondos propios necesarios se reducirían a menos de 2 millones.

Nada es gratis. Los inversores en transferencias de riesgo, entre los que hay grandes firmas como Blackstone, Ares Management y M&G, podrían exigir cupones equivalentes a alrededor del 15% de las pérdidas que están asegurando en Europa, y quizá al 12% en EE UU. Ese cupón tiene que incluir lo que los inversores creen que perderán al cubrir las deudas irrecuperables de los bancos. Para las entidades, sigue mereciendo la pena. Además de liberar capital que puede destinarse a otros y rentables usos, han suavizado sus costes, al convertir las irregulares pérdidas crediticias en un flujo de pagos similares a los intereses.

Hasta ahora, los inversores han centrado su atención en las entidades más grandes y sofisticadas, como Santander y su montaña de préstamos para automóviles, o US Bancorp. Pero muchos banqueros de inversión creen que las transferencias de riesgo también podrían ser una herramienta útil para los bancos más pequeños que estén en una situación difícil. Algunos se han forrado con préstamos a propietarios de locales comerciales que ahora se están descalabrando, y muchos tendrán que hacer frente pronto a mayores exigencias de capital. Los bancos regionales han recibido propuestas de fondos de crédito privados, aunque muchos desconfían del elevado coste de estas operaciones, según fuentes conocedoras del asunto.

Siempre que los bancos hacen algo nuevo, la pregunta debería ser: ¿cómo podría salir mal? En cierto sentido, la transferencia sintética de riesgo es similar a los swaps de incumplimiento crediticio con los que se atiborraron los bancos en los años previos al colapso de 2008. No acabaron bien: pensemos en la aseguradora AIG, que resultó incapaz de hacer frente a las pérdidas que había suscrito sobre más de 500.000 millones en bonos. Esta vez, las cantidades en juego no se acercan a esos niveles. A escala mundial, el valor de los préstamos usados en transferencias sintéticas de riesgo en 2022 fue de poco más de 200.000 millones, y en su inmensa mayoría fuera de EE UU, según la Asociación Internacional de Gestores de Carteras de Crédito.

Por suerte, también se han aprendido algunas lecciones. A diferencia de los swaps, los inversores en transferencias sintéticas de riesgo aportan el dinero para cubrir las pérdidas por adelantado, a veces depositándolo en una empresa especial creada a tal efecto. Esto significa que los bancos no tienen que perseguir a sus contrapartes para obtener el reembolso, ni preocuparse por si se quedan sin el efectivo prometido.

El uso también se ve limitado por unos siempre cautelosos reguladores. La Fed ha dicho que solo permitirá a los bancos hacer estas operaciones cuando se cumplan ciertos criterios, y con límites. Recientemente, aprobó una de Morgan Stanley, pero limitó las transferencias a 20.000 millones en préstamos. Y la aplicación propuesta por la Fed de las normas Basilea Endgame también podría penalizar la tenencia de créditos titulizados. Pero otros organismos de supervisión no han dicho nada al respecto, lo que deja a los bancos supervisados por las autoridades de los estados de EE UU, por ejemplo, en un lugar más oscuro.

Suponiendo que la tendencia se acelere, son los inversores, más que los bancos, quienes deben tener cuidado. En Europa, las transferencias de riesgo suelen producirse entre compradores sofisticados y grandes vendedores habituales. En EE UU, los fondos más pequeños están entrando en escena, e incluso los grandes bancos son emisores inexpertos. Algunos inversores de crédito se han encontrado con acuerdos que permiten a un banco intercambiar más tarde nuevos créditos de prestatarios no identificados, lo que aumenta el peligro de que los acuerdos de transferencia de riesgo se conviertan en un cubo de basura para pagarés inesperados e indeseables.

Esto hace que la fijación de precios sea clave para los inversores y que la vigilancia sea importante para los reguladores. Vale la pena recordar que las normas bancarias existen precisamente porque las grandes firmas del sector tienen un historial de llevar las innovaciones hasta el exceso. Las transferencias sintéticas de riesgo son una herramienta potencialmente útil, y tal y como se dan hoy en día, no es probable que los bancos acaben en el lado equivocado. Pero a medida que su uso se haga más común y creativo, se puede apostar a que algún otro lo hará.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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El nuevo negocio de los bancos podría fundir, por una vez, a otros

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07.03.2024

Los grandes bancos de EEUU afirman que una regulación excesivamente estricta los ata de manos. Así que, en respuesta, están adoptando un nuevo negocio que los convierte en Houdinis del balance. Se llama transferencia sintética de riesgos y es una versión de los estertores de la ingeniería financiera anterior a la crisis. El peligro para los propios bancos es mínimo, aunque a medida que sean más creativos con su uso, los inversores tendrán que leer la letra pequeña.

Estos actos de escapismo financiero, ya usados por firmas como Morgan Stanley, JP Morgan y Santander, están ganando popularidad porque los bancos se encuentran en un aprieto cada vez mayor. La concesión de préstamos implica fundamentalmente aceptar riesgos, y los reguladores quieren que los bancos dispongan de fondos propios suficientes para absorber pérdidas en caso de que esos riesgos se materialicen. Pero los fondos propios son caros: un accionista puede esperar una rentabilidad del 10%. Y las nuevas normas de Basilea, Basilea Endgame, obligarán a los bancos a tener aún más capital del que ya tienen.

Las entidades no quieren vender sus préstamos, ya que eso puede acarrearles pérdidas, sobre todo si se concedieron en tiempos mejores. Y aunque han amenazado con retirarse de ciertos tipos de negocio debido a las reformas de Basilea –en particular, los préstamos hipotecarios–, en realidad, preferirían no hacerlo. Ahí es donde entra en juego la transferencia de riesgos. Un banco encuentra inversores externos dispuestos a asumir la primera parte de las pérdidas de los créditos si los prestatarios se hunden, y a cambio paga una comisión periódica, casi como el cupón de un bono. Esto es invisible para los prestatarios, pero protege al banco si las cosas van mal.

En teoría, estas transferencias resuelven perfectamente el problema del capital........

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