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Cansancio emocional en Navidad: el agotamiento invisible que nadie ve, pero todos cargan

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Diciembre no solo trae luces, pan de pascua, cola de mono y fotos familiares: también despierta el cansancio profundo que venimos arrastrando todo el año. Ese agotamiento que no se pasa durmiendo, que erosiona vínculos y vuelve la Navidad un espejo incómodo de lo que sentimos, sostenemos y callamos.

En diciembre no se está solo cansado: se está exhausto desde el alma hacia afuera. Es un desgaste silencioso, denso, que no mejora con ocho horas de sueño ni con vitaminas efervescentes de naranja. No nace del trabajo ni de las obligaciones cotidianas, sino de todo lo que fuiste conteniendo sin procesar: conversaciones postergadas, emociones guardadas, duelos sin nombre, miedos que empujaste para después porque “no era el momento”.

El cansancio emocional se siente en el cuerpo antes que en las palabras. Un peso tibio en el pecho, una respiración corta, una mente que avanza lento, una piel que reacciona ante cualquier cosa. Los ojos siguen funcionando, sí, pero con una luz más tenue. Y uno empieza a notarlo en detalles mínimos: el suspiro antes de responder un mensaje, la irritabilidad sin causa aparente, la sensibilidad exagerada, esa energía que se acaba apenas comienza el día.

Hasta que un momento aparentemente insignificante lo delata todo: esa mañana en que prendes el árbol y te descubres sonriendo solo con la boca, porque el cuerpo ya no acompaña. Diciembre tiene esa habilidad: ilumina por fuera mientras atenúa lo que pasa adentro.

La Navidad no crea el cansancio: lo revela. Y lo amplifica. Hace visible lo que dormía: lo que dolió, lo que quedó pendiente,........

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