El Álamo
Es un fortín con paredes ametralladas por odios seculares, por obuses hechos con la metralla que proporciona la ignorancia, el complejo de superioridad, una ambición y una envidia colosales, todo eso mezclado en un cóctel explosivo, singularmente cuando es manipulado por pirómanos profesionales o imberbes con la jubilación asegurada por papá. Todos sabemos que, tarde o temprano, los muros agrietados que construimos con tanto esfuerzo y sacrificio, acabarán por desplomarse como tantas otras cosas y que el desierto ganará la partida, convirtiendo a este último bastión de la resistencia en pura memoria vergonzante si es que la vergüenza sigue existiendo dentro de unos años.
Los que decidimos resistir tras el parapeto de la libertad, la democracia y la ley, estamos, el que más y el que menos, heridos por alguna bala de los violentos, de la turba sin otra cosa que el ansia de destrucción, de sangre, de erradicar todo lo que suene a España. “Somos los últimos de Filipinas”, me decía este domingo un buen amigo constitucionalista y yo le llevé la contraria. “No. Somos los de........
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