Alegría tiene cara de mártir
Nada más ser nombrado, un cabeza de lista electoral debe cortar cabezas. Más aún si hablamos de Aragón, donde la campana de Huesca es acendrada tradición. Pasar a cuchillo a los sediciosos, facciosos, traidores, desertores y demás gentucilla poco adepta al nuevo liderazgo es tan natural como los tambores de Calanda en Jueves Santo. ¡Salve, don Luis!
Ramiro II, narra la leyenda, rebanó el gaznate a los baroncillos aragoneses que pretendían mangonearle en su reinado. El pobre señor venía de un monasterio -le apodaron 'el monje'- y apenas sabía de la misa la media. Aconsejado por un abad sabio y de confianza, convocó a todos los nobles rebeldes para que contemplaran la magnífica campana de Huesca cuyo tañido se escucharía en todo el reino. Una performance algo gore puesto que, uno a uno, los fue decapitando conforme subían al campanario, hasta reunir las suficientes testas para formar un círculo tarantinesco en cuyo centro colgó, a modo de badajo, la cabeza del cabecilla, valga la... Llamó luego a los conjurados todavía vivos y les mostró su obra, cuyo eco, en efecto, resonó hasta las lindes de su territorio. Nadie más osó levantarle la voz ni reprocharle una decisión.
Pilar Alegría, como buena maña, ha hecho lo propio. De regreso a su tierra para disputar las elecciones, ha mandado al tacho de los desperdicios a cuanto huele a Lambán, el ex líder socialista recientemente fallecido, y ha........





















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