Semiótica del desempleo
¡Arriba las manos, esto es el desempleo! Millones de trabajadoras y trabajadores viven el tiempo amargo porque, por pitos o por flautas, se quedan sin trabajo o nunca lo han tenido. El infierno del desempleo, con la realidad sobre los hombros, aplasta la dignidad y el estado de ánimo sin clemencia. Duele y humilla por encima de la historia, del país, de las leyes, del presente, del pasado, del futuro. Duele y humilla por encima de los niños, de los viejos, de las cuentas mensuales. Por encima del reloj, de la mesa, del comedor y de la bicicleta. Por encima de la existencia.
El desempleo hace sentir poderosos a los mediocres, es su reserva extorsiva para torturar a los pueblos con incertidumbre y desamparo. Hace babear a los lebreles de la intolerancia. Incita los deleites perversos y las masturbaciones macabras de los patrones cínicos. Se sienten dioses. Es una satisfacción cobarde y ciega, degenerada, absurda. Es una sentencia fulminante, un juicio siniestro, una determinación asesina. Dejar sin trabajo a una persona, a un país, a una generación, dure o que dure, es un delito de lesa humanidad cuando, específicamente, conseguir empleo es tan imposible como extenuante. ¿Cuál fue el delito?
Ya podrán los «patrones» mandar a sus lebreles leguleyos a babear cuanto papel sea necesario para calumniar, inventar justificaciones, criminalizar a las víctimas. Ya saldrán con sus libros de jurisprudencia los farsantes mercenarios que estudian Derecho para traicionar a los trabajadores. Ya saldrán sus «excelencias» a mover la cola ante el mejor postor, levantarán actas, torcerán el sentido de las «leyes» (de por sí bastante torcidas) y cenarán en casa satisfechos. ¿Sabrán sus familias lo que hacen estos señores? Ya saldrán y aquí estaremos. La fiesta........
© Rebelión
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