El amor al odio
Se preocupa la UNESCO por la proliferación y profundización de los “discursos de odio”. Y hace bien, aunque resuelva poco. Entre las muchas emociones retrógradas burguesas que nos imponen a diario, el odio despunta por su irracionalidad, estulticia y proliferación. Para la especie humana es una emboscada canalla, siempre contraproducente y degradante. Quien odia, especialmente por razones de clase, desciende drásticamente los niveles de humanización, acepta y esparce una terquedad social mutiladora que alimenta, de modo tácito y explícito, esclavitudes ideológicas perversas de las que suele no haber escapatoria. Algunos la disfrutan mucho.
Ese odio es, principalmente, una herida moral de la lucha de clases que nos desorienta objetiva y subjetivamente. En ese odio se expresa la pulsión que empuja a destruir todo para simplificar las contiendas por la fuerza de la peor negación. Y suele no tener límites. Quien odia así, trueca la realidad de la lucha por espejismos de soluciones mágicas. Para ellos es más fácil embriagarse con odio -y obrar aturdido- aunque resulte más riesgoso y más costoso. Más macabro.
Si se carece de método científico consensuado, bajo la presión de la lucha de clases se producen muchas distorsiones. Una fragilidad teórica y práctica deriva fácilmente en repertorios de odio porque se renuncia a la razón argumental y organizativa a cambio de catarsis negacionistas en extremo infectadas por violencia estúpida, silogismos “viscerales” y derrumbes éticos bañados en sangre. Pura inutilidad dolorosa para la especie humana. Algunos “progresismos” reivindican un odio al que suponen fuerza aglutinante y movilizante. Viven de un error teórico y práctico que no sólo no permite avanzar, sino que es........
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