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«Tempus Fugit»

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18.03.2024

La vida de Tiburcio había transcurrido sin especiales acontecimientos. Su infancia constituyó un auténtico revoltijo de quimeras, ensueños y afectos. La ilusión de lograr un futuro resplandeciente y el no correspondido amor de Hortensia llenaron su edad juvenil. Mientras duró su madurez frecuentemente justificaba ante sí su mediocridad con equivocaciones e inexperiencias de su juventud. Nunca olvidó a Hortensia. Cuando ya había cumplido los cuarenta años, un día la encontró en la calle. Ella, ya casada, tenía cuatro hijos. Charlaron unos momentos. Cuando se despidieron los pequeños ojos de Tiburcio se empañaron.

Desde hace meses Tiburcio, ya viejo y decrépito, pasa la mayor parte de sus horas en una sala grande y destartalada de una de las residencias de mayores existentes en la ciudad. Una hilera de sillas de ruedas alineadas junto a la pared da albergue a las posaderas de los cincuenta y cuatro ancianos que en ellas se aposentan. Ancianos residentes en el ala derecha de la tercera planta de la residencia de mayores. Sillas de ruedas donde sus ocupantes pasan resignadamente las jornadas sin poder escapar a la vigilancia de sus cuidadoras. Así transcurren los días desde las nueve de la mañana a las ocho de la tarde, hora en la cual, ya cenados, regresan al dormitorio. Una habitación doble ocupada con dos camas paralelas cubiertas de colchas blancas.

Una vez al mes, Rosa Gálvez, presidenta de una ONG cuya sede social se encuentra en la localidad, visita la residencia de mayores. Cuando Rosa Gálvez acude a la residencia de mayores distribuye entre los ancianos los caramelos que anteriormente ha adquirido en la pastelería de su íntima amiga y depositaria de sus secretos, Josefina Retuerto. Algunas veces a Rosa Gálvez le acompaña en sus visitas a la residencia de ancianos el titular de la Concejalía de Bienestar Social del Ayuntamiento. La ONG que preside Rosa Gálvez tiene por lema: “Los ancianos: origen de nuestra fuerza y motor de nuestro futuro”.

La última visita duró menos de lo acostumbrado. Una cascada de ruidosas ventosidades del compañero de asiento de Tiburcio puso acordes sonoros a la entrada de Rosa Gálvez. Aquella tarde dejó la bolsa de caramelos en las manos de la auxiliar en cuidados gerontológicos que cuidaba la sala mientras le explicaba que, tan solo en un cuarto de hora debía de estar en una reunión que se celebraba en la sede social de la ONG.

Tiburcio cuando, por su edad y estado, adquirió el título de solterón logró fama de calavera que él no trataba de empobrecer. Entre risotadas afirmaba que él, al igual que otros muchos hombres, tenía vertido todo su amor hacia una sola y única mujer. Decía riendo: Una, la más bella, la más tierna, la más dulce, la más inteligente, la más graciosa…Lo que ocurre es que el puñetero destino, envidioso, distribuyó las cualidades de tan angélico ser entre la totalidad de las mujeres. Y aquí me tenéis. Si quiero disfrutar del amor de la mujer que me parte el alma, he de amar a esa que tiene sus........

© Periodista Digital


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