La desesperanza se ha instalado en el centro del escenario actual. Sobre todo en el caso de los jóvenes: han dejado de esperar. No es rebeldía generacional, ni las esperables pataletas contra la autoridad: perciben que el futuro está hipotecado. Miran hacia adelante y atisban un escenario impredecible marcado por guerras que no terminan, costumbres torcidas que no se corrigen, empleos inestables, deudas sin garantía de vivienda, soledad. La promesa que “si estudias y te esfuerzas, el mañana será mejor” se ha hecho añicos. Es algo profundo: un sentimiento extendido de que el futuro no ofrece nada digno de ser esperado. Lo que antes funcionaba como motor de vida –el sueño de un mañana mejor– hoy aparece como un espejismo roto.

Esa desesperanza........

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