Un puente que parece abismo
De manera genuinamente peruana, un conglomerado de acero y fibra de vidrio reunidos en forma de puente ha generado un debate ideológico que oscila entre lo ocioso, lo dramático y lo populista. El tema en cuestión es simple: ¿un puente une o divide?
Para los arquitectos, los vecinos con vistas a la quebrada de Armendáriz y aquellos que han conocido puentes memorables en otras partes del mundo, el rimbombantemente llamado puente de la paz es un esperpento que amerita guerra. Es un agravio a la estética, un arquetipo del urbanismo hecho a la diabla sin otro propósito que operar como caramelo populista previo a las elecciones. La sentencia de roba, pero hace obra conoce una nueva derivada: es huachafo, pero hace obra. Obra sospechosa hasta que se demuestre lo contrario, según manda la percepción preelectoral.
Para aquellos hastiados del obstáculo permanente a la modernidad — ese discurso izquierdista que sataniza el crecimiento, lo privado o cualquier cosa que no provenga de su cantera política— el puente está muy bien y está aún mejor que se haya hecho de una vez. La democracia no se come. El desarrollo tiene que ser tangible, o caminable, como en este caso. Aquellos que hablan mal del puente son los caviares........





















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