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Jerí y la paja en el ojo ajeno

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27.10.2025

El español es un idioma que puede convertir una fruta en un insulto —calabaza— y un adjetivo en amenaza —valiente eres—. Con esa misma elasticidad, logra que una palabra destinada al contexto campestre, paja, trascienda lo rural para dejar de referirse a un manojo de tallos secos y adentrarse en personalísimas actividades autosatisfactorias.

En el caló, lengua gitana, pajear significaba frotar con la mano. “Hacerse una paja”, acto motor mínimo, se volvió sinónimo de gastar energía en nada. Por eso, Miguel de Unamuno, eminencia filosófica, decía que “toda palabra tiene su paja”, para aludir a la verborrea, la nadería. El lenguaje se enriquece con el uso, y el nuestro, fiel a su costumbre calenturienta de erotizar todo lo que toca, llevó prontamente la paja al terreno del tocamiento íntimo. La simulación manual del acto erótico, placer sin consecuencia reproductiva, se convirtió en símil de un flujo de energía que nada produce, salvo fugaz y muy agradecida alegría.

En el Perú la paja se relajó aún más. Aquí empezó a significar lo opuesto a la nada: algo pleno y estupendo. Exclamar “¡Qué paja!”, iba más allá........

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