Apuntes estratégicos para combatir el auge reaccionario en Carabanchel
El pasado 20 de noviembre se cumplieron cincuenta años de la muerte de Franco, un aniversario que, lejos de reducirse a un ritual conmemorativo, debe abordarse con un análisis político e histórico riguroso. El escrutinio del pasado es indispensable para cualquier proyección estratégica de futuro; sin él, estamos condenadas a la más absoluta ceguera política.
Por ello, en este 50 aniversario, desde la Coordinadora Juvenil Socialista (CJS) queremos poner sobre la mesa tres elementos clave para interpretar el pasado y su continuidad actual: en primer lugar, la racionalidad burguesa que configuró y sostuvo a la dictadura franquista; en segundo, el relato de impunidad que se consolidó durante la Transición; y en último lugar, la necesidad de mantener viva la memoria combativa de quienes lucharon contra el fascismo como parte de un proyecto de emancipación de clase. La conjunción de estos tres elementos nos sitúa ante lo que creemos que es una conclusión ineludible: la ruptura política con el orden burgués sigue siendo una tarea histórica pendiente.
Frente al relato dominante, es necesario afirmar sin ambigüedades que el franquismo no fue una anomalía ni un accidente histórico. Fue la respuesta autoritaria y reaccionaria de la burguesía ante la intensificación del conflicto de clases en los años treinta, en una Segunda República cuyos límites se veían tensionados por un movimiento obrero que ganaba fuerza y comenzaba a resquebrajar la legitimidad política del orden burgués. En esta línea, podemos decir que el golpe de Estado del 36 no fue un estallido irracional, sino una operación organizada del bloque de poder formado por grandes capitalistas, terratenientes y la Iglesia para anular la conflictividad social y bloquear la potencialidad de una transformación revolucionaria.
El objetivo del franquismo no fue solamente ganar una guerra, sino destruir al proletariado como sujeto político organizado y reducirlo a mano de obra disciplinada y barata para la reconstrucción capitalista. Para ello, el fascismo desplegó un régimen de terror sistemático a base de consejos de guerra, campos de concentración, trabajos forzados, detenciones masivas, torturas, ejecuciones y desapariciones. Decenas de miles de personas fueron asesinadas, muchas de ellas aún enterradas en cunetas; se estima que existen alrededor de 6.000 enterramientos clandestinos, y que prácticamente toda la población vive a menos de 50 kilómetros de una fosa común del franquismo. A la represión política se sumó la pobreza general de la clase trabajadora con hambrunas, racionamiento, chabolismo y miseria estructural. Y, aun así, hoy, ciertos voceros de la ultraderecha se atreven a proclamar que "con Franco se vivía mejor".
A esta violencia fundacional se suma su herencia intacta tras 1978. Hace décadas que se nos intenta vender el falso relato de que ese año, la democracia derrotó a la dictadura. Sin embargo, cada vez resulta más sencillo ver que la Transición fue, en realidad, una reforma pactada desde arriba para preservar el poder de la oligarquía económica y garantizar la continuidad del aparato estatal franquista, neutralizando el riesgo de una ruptura política impulsada por la clase trabajadora. Franco anunció antes de morir que lo dejaría todo "atado y bien atado". Hoy, la realidad material de nuestro país confirma que esa profecía se cumplió.
Los cimientos del Estado actual fueron asentados por la élite franquista. El aparato judicial, las fuerzas policiales y la estructura militar transitaron de la dictadura a la monarquía parlamentaria manteniendo intacto su núcleo duro, su cultura política y su función de clase. La oligarquía........© Público





















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