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Estragos de la incomunicación

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07.11.2025

Dos días después del paso del huracán Melissa por el oriente cubano, la mayor parte de mis familiares y amigos, residentes en la ciudad de Holguín, seguían desconectados. Todavía andan a medias; con los destrozos de Melissa sobre la red y la ya persistente precariedad del servicio eléctrico, era lógico que sucediera de esta forma.

Conozco, por haberlo padecido, lo que significa el paso de un ciclón con esas características. Puedo revivir el eco de las sensaciones y las ojeras tras quince largos días sin electricidad, cuando el huracán Ike, al pasar por el norte de la región oriental, hizo estallar el transformador de mi barrio, y así padecimos doble los embates de aquel meteoro.

No hace falta que me lo recuerden, pero lo hicieron esta vez:

“Todo muy terrible”, me dijo un amigo escritor a las pocas horas del paso de Melissa, cuando su teléfono celular alcanzó un hilo de señal enviada desde alguna antena transmisora sobreviviente entre charcos y gajos caídos. Aprovechó ese instante para actualizarme por WhatsApp.

“Fue de terror gigantesco, entre las 12:30 de la noche y las 9:30 de la mañana —escribió—. Imagínate… los aullidos del viento, su bestialidad, parecía que iban a levantar la casa en peso, bajo una lluvia que eran cortinas cerradas de cuchillos, con filo bravo y todo. ¡DE MIEDO........

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