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Rodolfo de la Fuente, un tipo ahí que hace cosas de arte

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15.11.2025

Cuando comencé a localizar a Rodolfo de la Fuente (Holguín, 1954) para proponerle esta conversación, tuve una duda. ¿Cómo abordar las diversas facetas de la creación por las que ha encausado su vida? Poeta, músico, fotógrafo, hombre de la radio… En cada una de estas tuvo/tiene un quehacer intenso, y tomar cualquiera para explorarla a fondo deja afuera otras luces y sombras que componen su retrato de hombre de la cultura.

Finalmente, opté por armar una mixtura, como sucede en las conversaciones de café, donde de un tema a medio desarrollar se salta a otro, y de este a otro, y así…

Voy a dejar por aquí algunos datos de Rodolfo que servirán al lector para orientarse en este intercambio tal vez medio caótico.

Es el autor de la canción “Mujer si la distancia es esa huella”, que popularizara el grupo Manguaré a inicios de la década de los 80 del pasado siglo. En el concurso 26 de Julio que auspiciaba las FAR, obtuvo en 1982 el premio en el género de décima con el libro Paisaje y pupila. Durante 27 años trabajó en Radio Habana Cuba como director y escritor de programas, lo que propició y estimuló el acercamiento sistemático a los géneros de la música cubana, tema que ha desarrollado en múltiples conferencias dictadas en Puerto Rico, España, Panamá, Colombia y Estados Unidos.

Hay mucho más, entre premios obtenidos por sus composiciones, y su participación directa y activa en el decursar de los primeros años del Movimiento de la Nueva Trova, pero ahora nos apremia el diálogo.

¿Qué condiciones y sucesos de tu infancia pueden haber decidido el desarrollo de tu sensibilidad artística? ¿Cómo era el ambiente de tu casa? ¿Fuiste un lector temprano?

Mi madre fue básica en eso. Era una mujer culta y sensible, pero le tocó criar cinco hijos a fines de los 50 y ya en los 60, y eso fue duro. Mas supo repartir el amor a cada uno de acuerdo a la personalidad de cada cual. Nos inducía a leer, sobre todo aquella maravillosa colección que era el Tesoro de la Juventud, y cantaba bastante afinada.

Papá a veces escribía, leía y hacía discursos en fechas martianas. Una vez mandó un cuento a Bohemia. Gustaba de tomar sus cervecitas a la caída de la tarde, a veces molido del domingo rojo en la caña. Yo lo acompañaba al verde laboral, pero no al dorado etílico. Y me sabía los nombres de los boleros y los cantantes que escuchaba. Y esos boleros se me quedaban grabados, y siguen ahí. Había equilibrio en la familia.

Nueva Gerona, Isla de la Juventud, 1978. En la primera fila, de izquierda a derecha, los miembros de la MNT Eduardo Ramos, Sara González, Rodolfo de la Fuente, el poeta Francisco Mir y dos cuadros de la Ujc. La cabeza casi fuera de campo corresponde al también músico Efraín Ríos. Foto: Cortesía del entrevistado.

¿Cuál es el punto de origen de tu relación con la música? ¿Se oía radio en tu casa? ¿Qué cantantes primaban en tu gusto infantil?

Teníamos un viejo radio Hallicrafter siempre encendido. De ahí brotaba todo el mundo sonoro de los 60 y de antes, pero no creo que en ese momento mi vínculo con la música fuera más que de oyente. Mis cantantes eran Los Zafiros, pero Jorge y Benito andaban en la onda de Los Beatles. Me burlaba de ellos y les decía que no entendían las canciones, pues no hablaban inglés.

¿Esas predilecciones continúan vigentes?

Todavía me emocionan los Zafiros, y me ubican en paisajes y sentimientos de aquellos tiempos. Aunque después entré también en la onda Beatles. Y sigo en ella. Una vez vi a Beny Moré en unos carnavales en Holguín, y me quedé alelado mirando cómo se movía y decía “oooh vidaaaa”.

Todos los gustos de entonces siguen, incluidos los puntos guajiros y algunas rancheras. Recuerdo como si fuera ahora una mañana luminosa que mamá entró al cuarto donde estábamos Benito, Jorge y yo, haciendo sonar una guitarra criolla. Mis hermanos armaron tremenda bulla de júbilo, pero yo no.

Aunque le pasé la mano por curiosidad zoológica, para ver cómo era aquel animal sonoro, no me interesé en aprender, como mis hermanos, que iban “sacando” acordes y hasta pudieron buscar las equivalencias en el piano, cosa que nunca he podido o querido hacer, ni estudiar música, por lo que nunca me he considerado un músico, sino alguien que inventa canciones. Y mira tú, hasta llegué a ser miembro de la Asociación de Músicos de la Uneac y, por tanto, “colega” de Harold Gramatges y Frank Fernández.

Frank, en su casa, en buena onda, tomando unos tragos junto a su esposa Alina, me soltó: “Tú no eres músico, tú eres poeta”. Alina puso una cara de pena del carajo, y le dijo: “Ay, Frank, ¿cómo le vas a decir eso a Rodolfo?”. Me reí y acepté que tenía razón.

Algo muy similar me sucedió con Alberto Cortés en 1982, durante una visita que hizo a La Habana. Estábamos hospedados los dos en el Hotel Riviera, y varias veces desayunamos juntos. Oyó un casete con mis canciones, y después opinó: “Las músicas son limitadas, pero los poemas son muy hermosos”.

Nada, que no soy músico, sino un poeta que trata de poner música a lo que escribe, aunque creo que con los años algo he aprendido. Mucho tiempo después le enseñé una canción a Frank y me dijo que la música estaba buena, y hasta me dio un premio por esa pieza; Silvio y Pablo formaron parte del jurado. Fue en un concurso por el XX Aniversario de la UJC. Mi canción no tenía nada que ver con la temática del certamen, pero a ellos les gustó, y la metieron. El tema se titula “Un día cualquiera para siempre”, y en un disco la canta Argelia Fragoso con orquestación de primera de Juan Marques Lacasa. Está en YouTube, por si tus lectores........

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