Un epílogo triste
Este invierno de noticias trágicas, nacionales e internacionales, se marcha poco a poco dejándonos un sabor amargo, un regusto parecido al de las resacas. Todo el asunto de la trama de corrupción de las mascarillas, el ya famoso caso Koldo, todavía por aclarar política y judicialmente, nos llega en los albores de la primavera como un último espasmo de la pandemia, como la última náusea de algo que nos sentó mal, que nos costó mucho digerir, pero que ya creíamos metabolizado.
Mientras la investigación avanza, mientras va ampliándose la esfera de implicados y perfilándose el ámbito de responsabilidades, mientras toda la tramoya va dándose a conocer en los medios, nosotros regresamos sin querer, a través de la memoria involuntaria de Proust, a los días del Covid-19, a los peores momentos del confinamiento. Oímos lo que se cuenta sobre los tejemanejes de Koldo, de su mujer y de su hermano; de Cueto, de Ábalos, de Pombo y de Víctor de Aldama, sobre los pelotazos de unos y las mordidas de otros, sobre las presiones de unos y las chapuzas de otros, sobre los encuentros en marisquerías y la compra de inmuebles, sobre la elaboración acelerada de testamentos y el registro de pisos a nombre de bebés, leemos la transcripción en los periódicos de todas sus conversaciones cutres, de sus mensajes sincopados, balbuceantes y nerviosos, y........
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