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Pensar cansa: por qué el escándalo gobierna el debate público

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Quienes fuimos niños durante la dictadura recordamos un periódico singular: El Caso. Aquel semanario lleno de crímenes escabrosos era un éxito de ventas. Mientras relataba con detalle sangrientos asesinatos, robos, secuestros y desapariciones, guardaba un silencio absoluto sobre el crimen mayor y estructural que organizaba la vida de todos: la propia dictadura. El horror privado ocupaba el espacio público; el horror político quedaba fuera de plano.

Hoy vivimos en una democracia consolidada, incomparable a aquel régimen. Pero una buena parte de la prensa alimenta cada día la sustitución de lo político por lo penal, de lo estructural por lo episódico, del debate sobre el rumbo colectivo por el morbo sobre comportamientos individuales. Y cuando se discute de política se habla mucho más de las personas singulares (de lo bien o lo mal que nos caen) que de las políticas públicas que promueven. Por supuesto que eso ocurre, en buena medida, gracias a nuestra inconsciente colaboración: porque quienes seguimos los medios de comunicación leemos o escuchamos con avidez esas noticias y apenas atendemos a las sesudas explicaciones (cuando las hay) sobre las políticas en torno a la universidad, la sanidad o la tecnología.

Y no es algo que vaya a cambiar fácilmente, porque está en nuestra naturaleza. Como recuerda Will Storr, los seres humanos estamos casi obsesionados con el estatus propio y ajeno. Desde las tribus cazadoras-recolectoras hasta los periódicos modernos, prestamos una atención desproporcionada a las infracciones morales cometidas por personas de alto estatus, y aún más a sus caídas. No es un rasgo nuevo ni específicamente político: es un legado de nuestro pasado evolutivo. Los estudios muestran que incluso especies como los cuervos siguen con especial interés los cotilleos sobre otros individuos, sobre todo cuando alguien........

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