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Otros ámbitos, otras voces

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Medio siglo atrás corría la versión de que el Uruguay, país de mayoritaria conformación europea y de legislación social generosa, estaba de espaldas a América Latina. Se trataba de una anomalía que era necesario remediar de inmediato. El Uruguay tendría que parecerse, digamos, a Honduras. El 29 de noviembre de 2009 en el Uruguay se llevaron a cabo unas elecciones pacíficas de cuyos resultados saldría electo presidente José Mujica, un ex guerrillero del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (mln) que hizo su aparición formal en agosto de 1965. Coincidentemente, en Honduras también se realizaron elecciones; lo hicieron en un clima tenebroso. Había allí un presidente, o ex presidente, que hizo de la embajada de Brasil su plaza fuerte, y otro presidente de facto, y los resultados, cuya legalidad tanto fomentó el desconcierto entre los países de la región, y hasta en Estados Unidos, dieron ganador a Porfirio Lobo, un empresario exitoso que así se imponía a Manuel Zelaya, un terrateniente venido a menos.

Ese 29 de noviembre, en unas declaraciones formuladas a la hora de votar, el presidente del Uruguay, Tabaré Vázquez, hizo una alusión indirecta a estas diferencias entre uno y otro país, enorgulleciéndose de la conducta cívica de sus nacionales. Hay un punto que se le escapó a Vázquez: en estos campos donde se ejerce lo político, es Honduras la que aspiraba a semejarse al Uruguay, y no al revés, como tanto se voceaba hace cincuenta años. Porque si alguna intención podía leerse en el ánimo que transmitían los hondureños de a pie era que deseaban sustituir las opacidades de los intereses creados por un régimen más transparentemente democrático. El intento de superar la crisis por medio de un acto electoral –a pesar de que estuviera muy condicionado– era una prueba de ello. Y algo más, que corona estas reflexiones: que Mujica, el ex guerrillero, sea electo presidente a la cabeza de una formación de grupos de izquierda, cuyo actual gobierno queda refrendado, representa, sin duda, una victoria de la democracia y habla de hasta qué punto esta manda y determina en las fechas que corren. Este extremo debe resaltarse porque demuestra de qué manera los enemigos de antaño son conversos de hogaño en su trato con la democracia. La deducción es evidente: en América Latina, en medio de mucho mito que se derrumba, o se pretende derrumbar, el único mito triunfante es el de la democracia –precísese con cierta urgencia perentoria: aun cuando la intención sea derrumbarla. Aquella democracia “burguesa” y “formal”, tan aburrida para cierta intrépida mentalidad intelectual que emergía en los sesenta del siglo pasado, es reivindicada (para acatarla, para celebrarla, para instrumentalizarla, para regenerarla, para retorcerla: pónganse los propósitos que se quiera) por sus antiguos oponentes. ¿Es una victoria verdadera o es una victoria pírrica? Dando un paso más, podría hasta decirse que, en términos generales, se ha transitado de una política de la desesperación (del resentimiento y de la ira) a una política de sosegado pragmatismo (de moderación y realismo). ¿La democracia como superación del latinoamericanismo? ¿La democracia como ultima ratio? (Escritas estas líneas, una reciente medición de la ong chilena Latinobarómetro informa que el índice de valoración positiva de la democracia en el continente ha aumentado de forma considerable en los últimos tiempos.)

Desde el punto........

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