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Las Américas: El viejo y el nuevo mundo

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08.12.2025

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Una “cumbre” de presidentes es, por definición, un transitorio acercamiento legal que borra las fronteras y legitima la igualdad inter pares. Ágora olímpica, allí los puntos de vista tienden a airearse, atenuarse y confluir: se buscan los consensos y los acuerdos que son la esencia de la diplomacia. Es de suponer que este régimen de destitución simbólica de las diferencias mucho sobrevoló en la puesta en escena de Trinidad y Tobago. Las dos grandes vertientes de las Américas, la de Estados Unidos y la de América Latina, con un contencioso infinito a sus espaldas, llegaban a la cita mayormente arropadas por ese renacimiento de la utopía que es síntoma de los momentos de cambio. Una utopía que la lengua inglesa, en su etimología de la palabra, entiende como algo a la vez visionario e impracticable, y que en su versión del otro lado del Río Bravo tiende ahora a desplazar a la libertad política en beneficio de una hipotética igualdad social. Unas utopías, en todo caso, que a partir de sus significados polivalentes siempre portan en sus proyectos una dosis de desinteligencia latente: quieren decir demasiadas cosas distintas para demasiada gente.

Pero en Trinidad y Tobago los grandes protagonistas apersonaban una representación singular de las Américas. No era sólo que Estados Unidos y su flamante presidente llegaran animados por la pretensión de clausurar los recientes años de plomo que tanto han denigrado a una filosofía de los orígenes fundadores tenida por incólume y genuina fuente inspiradora. No era sólo que una buena parte de los cabezas de gobierno de América Latina encarnaran, palabra más o palabra menos, una corriente política situada a la izquierda del espectro ideológico y a cambiantes distancias del populismo. No.........

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