Michael Scammell
Arthur Koestler (Budapest, 1905-Londres, 1983) estuvo en la primera línea de muchos de los conflictos y debates más importantes de su tiempo, desde el ascenso del nazismo a la imposición del comunismo, pasando por la Guerra Civil española o la fundación de Israel. Libros como El cero y el infinito o sus Memorias –recientemente reeditadas por Lumen– diseccionan como pocos la mentalidad y el funcionamiento del totalitarismo. En su admirable Koestler: The literary and political odyssey of a twentieth-century skeptic, Michael Scammell reconstruye la existencia de un personaje contradictorio, polémico y fascinante, uno de los intelectuales indispensables del siglo XX.
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¿Por qué decidió escribir la biografía de Koestler y cómo enfocó su investigación?
El último editor y albacea de Koestler, que había leído mi libro Solzhenitsyn: A biography [1984], me pidió que escribiera la biografía. Aceptéla idea, porque Koestler compartía muchas de las cualidades de Solzhenitsyn, pero con una vida más interesante y llena de acontecimientos, de conexiones con muchos países, individuos y movimientos por todo el mundo. La investigación me exigió viajar a esos países, entrevistar a todos los individuos que pude encontrar y leer una gran cantidad de diarios, cartas, memorias y novelas basadas en hechos reales.
Koestler escribió grandes libros autobiográficos. ¿Era un reto competir con ellos? Después de su investigación, ¿le han parecido veraces?
Sin duda era un reto importante, y era consciente de él todo el tiempo. También me asombró descubrir lo veraces que eran en todos los aspectos que pude comprobar. Es decir, las descripciones que hacía Koestler de los hechos eran casi siempre fieles a la realidad, pero sus interpretaciones y comentarios, por supuesto, eran muy personales, y había omisiones y elisiones, como en toda autobiografía. En mi libro he restaurado algunas de esas omisiones y a menudo he ofrecido distintas interpretaciones o he llegado a conclusiones diferentes, pero muy pocas veces he disputado los hechos.
Ha dicho que había un anhelo utópico en Koestler y otros escritores de su época. ¿Qué tiene Koestler en común con otros autores del siglo XX y quél o hace distinto?
Lo que Koestler tenía en común con muchos escritores de su época –y lo que los distingue de los actuales– era la esperanza. Al margen de lo desengañados que terminaran de las sociedades en que vivían, o de las decepciones por sus fracasos, tanto personales como políticos y sociales, conservaban lo que ahora nos parece una fe ingenua en las posibilidades humanas y la convicción de que el futuro sería mejor.Gran parte de su optimismo se alimentaba, de forma consciente o inconsciente, de la promesa apocalíptica encarnada en la Revolución de octubre en Rusia y de la esperanza de que los objetivos utópicos que había establecido la Revolución francesa –libertad, igualdad, fraternidad– pudieran cumplirse en todas partes. Conocemos perfectamente los catastróficos fracasos del experimento soviético, pero hay que recordar que esos ideales ejercieron un poderoso atractivo durante gran parte del siglo pasado (y no están en absoluto muertos en nuestros días).
Tony Judt definió a Koestler como “un intelectual ejemplar”, Christopher Hitchens como “un fanático”y Vargas Llosa ha escrito que era más un periodista que un artista. ¿Está de acuerdo con esas definiciones?
Coincido con Judt si cuando hablamos de “intelectual”nos referimos a alguien que dedica la mayor parte de su vida a investigar ideas y que, si es necesario, sacrifica su comodidad, su reputación e incluso a sus amigos por ellas. No estoy de acuerdo con Hitchens, porque, pese al elemento de fanatismo en la forma en que Koestler abrazó una variedad de creencias y movimientos políticos, nunca perdió por completo sus facultades críticas y no temía afrontar sus desengaños cuando creía que se había equivocado. En cuanto a la crítica de Vargas Llosa, era habitual en vida de Koestler, y, como señaló él mismo, también se le había hecho a un predecesor con quien guardaba similitudes: H. G. Wells. Hay cierta verdad en la acusación, ante la enorme producción de Koestler y su viraje hacia los temas científicos, pero creo que se basa en una definición demasiado estrecha del arte. Como alguien que ha escrito no ficción durante toda su vida –y que la enseña en la universidad–, diría que en la escritura de no ficción hay un arte que trasciende el periodismo y expresa verdades en formas que quizá no sean tan sublimes como las de la mejor poesía y ficción, pero que siguen siendo válidas y efectivas. También diría que, aparte de en El cero y el infinito y ciertos pasajes de Ladrones en la noche y Llegada y salida, lo mejor de Koestler se encuentra en sus libros autobiográficos, Diálogo con la muerte. Un testamento español, La escoria de la tierra, Flecha en el azul y La escritura invisible, y en sus mejores ensayos.
Escribe sobre la afición al alcohol de Koestler, que se combinaba con una estricta disciplina de trabajo y una asombrosa capacidad para absorber ideas.
Es difícil decir mucho sin caer en el psicoanálisis, y no tengo las herramientas para eso. Parece que Koestler tenía la fortaleza de un toro, y la bebida y sus hábitos de trabajo probablemente se debían más a motivos genéticos que a factores psicológicos, aunque estos últimos debieron desempeñar su papel, por supuesto. En cuanto a ideas, Koestler tenía una fenomenal mente asimiladora y una memoria pasmosamente buena. Leía con voracidad y lograba sacar citas e ideas aparentemente a voluntad de ese vasto almacén de lecturas.
Koestler viajó a Oriente Medio de joven y allí inició su carrera periodística. Luego mantuvo posiciones diferentes sobre Israel y el judaísmo, e incluso fue acusado de antisemita. Usted dice que esa acusación es injusta.
Koestler tuvo un acercamiento bastante peculiar al sionismo. En su juventud sufrió mucho (más de lo que admitiría más tarde)a causa del antisemitismo, y su objetivo al viajar a Palestina en 1926 no era tanto construir una nueva Jerusalén como una sociedad europea sofisticada, donde los judíos serían iguales a todos los demás. Sin embargo, se sintió desencantado por el provincianismo de Palestina y repelido por la influencia del judaísmo religioso, y volvió a Europa al cabo de cuatro años. Fue el Holocausto (el pináculo........
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