Entrevista a Manuel Arias Maldonado. “Se puede ser racionalista en política y romántico en la vida privada”
La victoria de Donald Trump hace pensar en muchas de las ideas de La democracia sentimental.
Se dijo que los grandes periódicos iban a derrotar a las redes sociales y la televisión. Pero ha sucedido al revés: un candidato que parece modelado para el tertulianismo y las redes se ha llevado la victoria con todos los medios de comunicación tradicionales en contra. Es el triunfo del lenguaje directo, literal, sobre la ironía y el matiz: la victoria del Sistema 1 sobre el Sistema 2, en los términos de Kahneman, o la derrota de los argumentos a manos de las puras percepciones. Por otro lado, el propio Trump ha dicho que es el portavoz de la ira en tiempos de crisis. Lo dice de una manera que parece sacada de Sloterdijk, cuando el filósofo alemán habla de “bancos de ira” que esperan gestor. El populismo es sin duda un eficaz cosechador de sentimientos negativos, que sin embargo no logra canalizar hacia ninguna parte después de la victoria. Y ello porque ahí late también una esperanza –un sentimiento positivo– que solo puede ser defraudada.
Ha sido una campaña polarizada y agresiva.
Eso nos habla también de un tribalismo que enfrenta de manera irreconciliable dos universos morales capaces de proporcionar un fuerte sentido de pertenencia e identidad, con sus correspondientes recompensas afectivas. Y también una influencia destacable del orden “sensacional”. Se contraponen dos candidatos con carisma y estilos de lo más dispar. Trump conectaba, Clinton no. Y esa “conexión”, una identificación o adhesión emocional antes que racional, trasciende los modelos de elección racional, con su énfasis en incentivos y preferencias asentadas en análisis de coste y beneficio.
La democracia sentimental se te ocurre a partir de la ola de populismos de los últimos años.
Aunque haya una crisis económica o institucional producida por diferentes acontecimientos, queda por explicar por qué la reacción es irracional. Hay que tener cuidado con pensar que el sujeto es más emocional que antes. Parece más bien que se han roto los diques de contención que no dejaban ver esa emocionalidad. A esto lo acompaña la discusión en las ciencias sociales y las neurociencias, el giro afectivo del que hablo al principio. Quería reflexionar sobre cómo puede combatir la democracia liberal pluralista a sus enemigos irracionalistas: si debe volverse emocional, como Obama en campaña aunque no en el cargo. La democracia, igual que es un régimen de opinión, es un régimen afectivo. Tanto sus fundamentos como los estados de ánimo o atmósferas sociales nos empujan a una dirección u otra y ayudan a separar distintos periodos.
La primera parte es la crónica de una especie de asedio: a la idea de racionalidad, de nuestro control sobre nuestras opiniones y percepciones. La neurociencia ha debilitado la confianza en nuestra racionalidad.
Hay una parte del emotivismo que es antiliberal y anticapitalista: se trata de autores que dicen que si los discursos dominantes construyen una subjetividad, la única posibilidad de escapar a la racionalidad del sistema está en la emoción, una emoción concebida como una dimensión preconsciente del sujeto, previa al lenguaje. Ahí se localiza un espacio para la resistencia política, para generar diferencia. Paralelamente, cualquier indagación en los fundamentos afectivos de la subjetividad nos proporciona instrumentos de control (aunque controlar es más difícil de lo que suele decirse). Un impulso crítico con el liberalismo puede acabar reforzando esa idea neopositivista, hiper- racionalista. Esta ambigüedad se ve completada por la investigación neurocientífica, aunque parece que el lenguaje tiene un papel más importante de lo que se señala. Esto desemboca en la idea contemporánea de que las emociones son racionales, adaptativas y tienen una dimensión cognitiva, de que son un elemento del juicio. Es una idea problemática, porque cuando actuamos guiados por la emoción no siempre lo hacemos de acuerdo con nuestros intereses.
Una crítica habitual es que el discurso racional en realidad privilegia a determinados grupos y formas de argumentación. Hay corrientes –el feminismo sería una de ellas– que llegan a la normatividad desde la emotividad.
Ese tema lo abordo al hablar de la deliberación pública. Es la crítica feminista, que ha sido capital en estos asuntos desde los años sesenta. La idea es que el racionalismo excluiría a aquellos sujetos que no se sienten cómodos en ese discurso, tienen otra forma de expresión o están más inclinados hacia el emotivismo. (Plantear que la mujer sería más emocional y menos racional es muy discutible.) Es una tesis atractiva pero tiene difícil aplicación práctica. Una cosa es admitir el papel de las emociones, la presencia, lo simbólico, el carisma o su falta en las conversaciones informales y otra llevarlo a las instituciones, donde parece que hace más daño que otra cosa. El lenguaje racional crea un estándar que pueden compartir todos los interlocutores. Resulta difícil establecer estándares que sirvan para juzgar el saludo, un relato de historia, aunque algunos puedan integrarse fructíferamente de manera simbólica. Para la toma de decisiones formales es poco operativo.
Hay otro elemento importante que es la heteronormatividad: cuáles son las fuentes de nuestra subjetividad. El feminismo, como el comunitarismo, dice que estamos formados desde fuera, no internamente. Esto está muy presente en Norbert Elias. Hay un camino peligroso, que es el del posestructuralismo, que dice que el sujeto no existe, que somos el receptáculo de discursos dominantes, que solo hay lenguaje. Contra eso se rebelan autores como Steven Pinker. De alguna manera se llega a un equilibrio. Poseemos una subjetividad que tiene un cierto grado de innatismo y recibimos influencias, experiencias, ejemplos que no calcamos sino que reorganizamos con mayor o menor sofisticación. Pero, aun así, la pregunta feminista queda en el aire. La única solución es decir que las sociedades pluralistas ofrecen un mayor abanico de formas de vida que sociedades cerradas o no pluralistas. Como dijo Mill, hay que proporcionar la educación suficiente para que el sujeto sea lo más reflexivo posible. Y el progreso que ha experimentado........
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