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Otras inteligencias

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09.12.2025

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A la genial Jane Goodall le debemos muchas cosas, por ejemplo, buena parte de lo que sabemos sobre nuestros parientes vivos más cercanos –los chimpancés, que Jane estudió diligentemente a la largo de setenta años ininterrumpidos de trabajo de campo desde su llegada en 1960 al parque nacional de Gombe, Tanzania, y con quienes célebremente consiguió ser aceptada dentro de su tropa, lo cual forzó a que tuviésemos que reconsiderar nuestra propia historia evolutiva–, de igual modo, su aproximación particular hacia sus sujetos de estudio –a los cuales ponía nombre de pila– resultó trascendente para virar hacia una visión más humanista y sensible de cómo hacer ciencia y, sin duda, también fue importante la labor pionera que desempeñó para ensanchar el sendero de una disciplina académica marcadamente patriarcal –hoy en día, sin ir más lejos, como mínimo en Occidente hay más mujeres que estudian biología que hombres.

Pero quizás su legado más significativo, o cuando menos el que marcó la pauta para todo lo que vendría después, sea el haber demostrado que los chimpancés también empleaban herramientas. Entre estas: varitas y pajillas para pescar en busca de termitas en los montículos de los termiteros, ciertos tipos de piedra impactados contra superficies específicas para abrir nueces, palos afilados para cazar mamíferos más pequeños (así es, la dieta de dichos primates incluye carne) y varias otras instancias que Jane fue la primera persona en registrar.

Ahora bien, decir que también usaban herramientas es central, ya que hasta bien entrados los años sesenta del siglo XX se asumía que tal tecnología estaba reservada solo para los nuestros, que era una habilidad exclusiva del grandilocuente y vanidoso Homo sapiens; de hecho, no era infrecuente que se citara precisamente dicha destreza para desmarcarnos del resto y, así, sustentar nuestra supuesta superioridad sobre los animales. Pero entonces llegó esta fabulosa primatóloga con sus hallazgos desde lo profundo del África y puso al mundo de cabeza. Al respecto, su mentor, Louis Leakey, el célebre paleontólogo dedicado a buscar nuestros orígenes en el registro fósil, declaró: “Ahora debemos redefinir la herramienta, redefinir al hombre o aceptar a los chimpancés como humanos.”

Pronto se sumaron los descubrimientos de otras de las protegidas de Leakey –amigas y colegas de Jane–, Diane Fossey con los gorilas en Ruanda y Birutė Galdikas con los orangutanes en Borneo. No mucho después tuvo que aceptarse que, en el caso de estos tres grandes primates, es factible hablar incluso de rasgos culturales. Y por supuesto que no solo en el mundo de los changos sucede esto. Tampoco es que haya resultado una faena del todo sencilla, digamos que nunca ha sido fácil cambiar la mente conservadora de la vieja guardia –esa postura antropocentrista que insiste en mantener al humano sobre un pedestal, como si fuésemos un organismo de algún modo superior al resto–, no obstante, las evidencias fueron apilándose poco a poco hasta que no dejaron lugar a dudas: no solo los primates, sino también los cuervos, los elefantes y los pulpos emplean herramientas.

Aunque tuvo que pasar medio siglo desde aquellos primeros registros que hiciera Jane con los chimpancés para que finalmente se alcanzara el consenso generalizado. En 2012 se promulgó la Declaración de Cambridge sobre la conciencia, la cual abrió las puertas intelectuales zoológicas para dotar de tal cualidad a varios mamíferos (cetáceos, paquidermos, primates, caninos, felinos y porcinos), ciertas aves (cuervos, loros y rapaces) y cefalópodos (hasta ese........

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