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Bastante paraíso XVII. La resaca del verano 

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15.12.2025

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Recuérdame

A mediados de agosto cogí un catarro que no solté hasta finales de septiembre. Los mocos se agolparon en todas partes, ahí donde pudieron, imagino, y me quedé sorda de un oído, del derecho. Lo sé porque hice pruebas: me ponía los cascos y me dejaba puesto solo el auricular de esa orejilla y nada de nada, si me concentraba mucho oía un rumorcillo lejano. Eso junto a un problema de ajuste con mi conexión en la radio, hacía que escuchara lo que decían desde el estudio como si estuvieran debajo del agua encerrados en una jaula de metacrilato. Así que cuando hablaban allí, me quedaba muy quieta, como si toda mi energía estuviera centrada en tratar de escuchar. Como cuando no encuentro las llaves en el bolso y las busco con los ojos cerrados, para que mis neuronas reciban información solo del tacto. Pensaba que hacer eso era una gilipollez hasta que vi que la matrona que atendió el parto de mi hija pequeña –que no bajaba, no bajaba y llevaba fatal las contracciones– también lo hacía: se colocaba los guantes y cerraba los ojos antes de palpar la cabeza de mi bebé y........

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