Y, ¿qué más da?
Cuenta la leyenda que, tres días después de la muerte del Cid, las huestes del rey Búcar de Marruecos se aprestaron a recuperar Valencia. Por orden de doña Jimena, los servidores del Campeador lo embalsaman, le arreglan el rostro, le peinan la cabellera y le atusan la barba. Lo suben a su caballo, engarzando su cuerpo con dos tablas, protegido únicamente por su nombre. Y es así como se presenta en su última justa.
Su imagen, incólume, a lomos de Babieca y sosteniendo a Tizona es demasiado insoportable para sus rivales que, al primer galope del corcel, huyen despavoridos. Esta historia, como muchas versadas sobre Rodrigo Díaz de Vivar no es cierta porque, como dijo otro héroe, “los finales ideales ocurren solo en las películas americanas”. Rafa Nadal lo advertía en la víspera de su........
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