Cuantas veces hemos pensado seriamente en cambiar de cara, ser otro, conservando nuestro más genuino ego, aunque fuera por sentido estético. Febrero nos ofrece con sus carnavales esa posibilidad efímera. Es una manía consustancial en el hombre la de disfrazarse, querer ser otros a ratos; no ser uno mismo siempre, porque cansa mucho llevar continuamente el mismo cuerpo y el mismo disfraz. Por eso, en febrero se ve a muchos que quieren huir de sí mismos, ocultándose detrás de una careta en un mundo dominado por ‘carotas’. Emplean seudónimos, anónimos, vestidos de etiqueta y caras de domingo. Se disfrazan aunque no haya Carnaval, los que quieren pasar por algo sin serlo. El Carnaval tiene carta de naturaleza en la vida diaria de los humanos.

Febrero es un mes simpático, un mes sietemesino que ajusta el funcionamiento del almanaque, estropeado desde su invento. Un mes corto, pero festivo, con San Blas y la Candelaria, ¿quién no recuerda aquellas fiestas de barrio con su palmito y sus rollicos amarrados, con el San Blas de siempre al cuello, sencillo o entrañablemente emperifollado, con la festiva y pequeña noria o la modesta rueda de caballitos instalada en la deliciosa plaza de Santa Eulalia?

Febrero nos hace soñar con otra vida, la que no pudo ser, la que imaginamos a cierta edad, saturados por el transcurso de los años y de las preocupaciones que depara la vida. ¿Quién no ha pensado alguna vez en abandonarlo todo, vivir de la contemplación en medio de la naturaleza, sin complicaciones y grandes quimeras? Sentir la vocación y llegar a ser hermano de la luz. Vivir apartado del mundo en el humilde y bello eremitorio enclavado en la sierra de Salé. Orden de anacoretas cuyos orígenes se pierden en la oscuridad de los tiempos.

La caritativa señora doña Francisca Robles donó a los hermanos un cuadro sin título de la Virgen, que mediante votación de la comunidad (en un cántaro), que resultó unánime, se acordó llamarla Nuestra Señora de la Luz, siendo colocado en lugar preferente del oratorio, hasta que el hermano Carlos de Jesús-María encomendó a Francisco Salzillo una imagen de la Virgen, un niño para la misma y dos figuras de San Pablo Ermitaño y San Antonio Abad.

Nombres singulares de hermanos que olvidan apellidos y abolengos: Diego de la Concepción, Matías de la Santísima Trinidad, Joaquín de Nuestra Señora del Carmen, Rafael del Niño Jesús o Manuel del Santísimo Sacramento…

Olvidar celulares, citas previas, saldos, débitos y haberes; despachos y ventas. Cambiar la vida mundana y engreída de hoy para fabricar modestas escobas de palma con nuestras propias manos, al sol prístino de la mañana, entre aromas de pino, incienso y cera. Olvidar los pecados capitales, entre el piar de los pájaros y los toques de campana llamando al ‘Ángelus’. Decir adiós al tráfico rodado para fabricar chocolate, viendo a las ardillas corretear en la paz del monte.

Febrero es un buen mes para los cambios, sin necesidad de caretas de Carnaval. Mes frío que nos hace cobijarnos junto a lumbres y braseros, ambiente que nos hace mirar hacia dentro de nosotros mismos, ahora, en unos tiempos engreídos y cargados de soberbias y vanidades. El eco de pasadas épocas de virtudes florecientes fue transmitiéndose de generación en generación, permaneciendo como centro y corazón, como sol radiante que brilla e ilumina el convento de luz, ejemplo que fue de piedad, fervor, labor y espíritu cristiano.

QOSHE - En la paz del monte - Miguel López-Guzmán
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En la paz del monte

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04.02.2024

Cuantas veces hemos pensado seriamente en cambiar de cara, ser otro, conservando nuestro más genuino ego, aunque fuera por sentido estético. Febrero nos ofrece con sus carnavales esa posibilidad efímera. Es una manía consustancial en el hombre la de disfrazarse, querer ser otros a ratos; no ser uno mismo siempre, porque cansa mucho llevar continuamente el mismo cuerpo y el mismo disfraz. Por eso, en febrero se ve a muchos que quieren huir de sí mismos, ocultándose detrás de una careta en un mundo dominado por ‘carotas’. Emplean seudónimos, anónimos, vestidos de etiqueta y caras de domingo. Se disfrazan aunque no haya Carnaval, los que quieren pasar por algo sin serlo. El Carnaval tiene carta de naturaleza en la vida diaria de los humanos.

Febrero es un mes simpático, un mes sietemesino que ajusta el funcionamiento del almanaque, estropeado........

© La Opinión de Murcia


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