La fuerza de la resistencia radica en la imaginación
La teórica política Françoise Vergès, lleva décadas analizando las intersecciones entre patriarcado, racismo y capitalismo neoliberal. En The Wombs of Women [Los vientres de las mujeres] (2017) traza la genealogía de la intervención estatal sobre los cuerpos de las mujeres negras: desde la trata esclavista hasta las políticas contemporáneas de control natal. En Un feminismo descolonial (2019) examina movimientos como el #MeToo y las huelgas feministas para indagar en las posibilidades de un feminismo capaz de resistir las derivas a las que nos predispone el sistema. En Una teoría feminista de la violencia (2020) denuncia el giro punitivo de las políticas feministas, mostrando cómo, a menudo, el propio Estado reproduce las violencias que dice combatir. En Making the World Clean: Wasted Lives, Wasted Environment, and Racial Capitalism [Limpiar el mundo: vidas descartadas, ambiente desperdiciado y capitalismo racial] (2024) muestra cómo la negación estructural de las necesidades vitales se distribuye según jerarquías raciales, prolongando así su crítica al capitalismo como máquina de desecho y exclusión.
En Una teoría feminista de la violencia, usted argumenta que la renovación patriarcal contemporánea está profundamente entrelazada con el capitalismo neoliberal y racial, y que los efectos problemáticos de esta articulación no pueden entenderse simplemente en términos de retroceso en los derechos de las mujeres y las minorías. ¿Qué implicaciones tiene esta afirmación para una estrategia política emancipadora y cómo nos obliga a replantear las formas actuales de lucha y de organización?
El punto de partida de este libro fue una revisión crítica de las llamadas victorias feministas de las décadas de los setenta, ochenta y noventa. Estos logros se celebraron como signos de progreso y modernidad, como si por fin hubiésemos llegado a nuestro destino. Ese destino, nos decían, era la democracia.
Al mismo tiempo, como sostengo en el libro, se produjeron retrocesos. Quise entender por qué esto no era un suceso paradójico: no se trataba de que existieran buenos y malos movimientos de contestación, sino de que estos procesos estaban profundamente imbricados. Así, me interesé por comprender cómo funcionaba ese entrelazamiento y hasta qué punto esos aparentes avances podían ser absorbidos por el neoliberalismo y el capitalismo racial sin llegar realmente a cuestionar sus estructuras de dominación.
La fragilidad de esas conquistas puede confirmarse observando los hechos ocurridos recientemente, como la anulación del fallo Roe v. Wade por parte de la Corte Suprema de EEUU, lo que eliminó el derecho constitucional federal al aborto y permitió que cada estado lo regule o prohíba de forma independiente, o las declaraciones abiertas de algunos líderes cristianos que sostienen que las mujeres no deberían votar. El comentario fácil sería decir: «¡Qué horror, estamos retrocediendo!», pero la cuestión es analizar estos movimientos dentro del marco de la democracia liberal y de su vínculo estructural con el capitalismo racial.
¿Se refiere a las estrategias de cooptación de los liberales?
El capitalismo incorpora las demandas que no ponen en riesgo su poder y, a la vez, ampara a las fuerzas conservadoras que empujan hacia la regresión. Puede sostener un discurso de progreso, abogando por los derechos de las mujeres, de las infancias e incluso de las personas racializadas, mientras facilita un viraje reaccionario. Eso es lo que me preocupa.
Por eso, sostengo que debemos liberarnos de la fe ciega en la democracia liberal y de la ilusión de la protección estatal, porque la «protección» que hemos tenido se conquistó luchando por los derechos sindicales, por la libertad de publicar periódicos... y no gracias a esa abstracta libertad de expresión que tanto se invoca en la actualidad. Esos derechos son extremadamente frágiles porque, para el capitalismo, lo que importa es el beneficio. Si las fuerzas reaccionarias dicen «hay que eliminar esto» y ese es el precio a pagar, el capitalismo lo acepta.
El capitalismo es dinámico y está lleno de tensiones internas, pero, en última instancia, busca maximizar el beneficio corporativo. Hay que reconocer su capacidad de absorber cualquier demanda que lo cuestione. De ahí que, llegado un punto, las mujeres, las personas queer y las personas racializadas puedan acceder a posiciones de poder sin que ello ponga en peligro el sistema, que sigue desposeyendo, explotando y extrayendo.
¿Cómo moldean esas dinámicas que usted describe los retos y límites actuales del feminismo? ¿Y de qué manera pueden los movimientos feministas conservar su potencial transformador sin ser cooptados o neutralizados por las lógicas del capital y del Estado?
Existe, efectivamente, un feminismo que ha peleado por entrar en el Estado, ser reconocido por él, formar parte de gobiernos e incluso ostentar el poder. Hoy hay muchas más mujeres en puestos de mando que hace diez, quince o veinte años, y, sin embargo, nada ha cambiado en la esencia del capitalismo. Los ejemplos de Giorgia Meloni en Italia o Ursula von der Leyen en la Comisión Europea nos dicen que ser mujer no impide servir a políticas reaccionarias, conservadoras, represivas o racistas. Conviene desterrar esa idea: ser mujer no vuelve a nadie progresista ni garantiza un compromiso con la igualdad y la libertad.
El racismo también atraviesa al feminismo. ¿Por qué habría de estar a salvo si ha impregnado tantas ideologías,........





















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