Tomados de las manos
Nunca he podido olvidar aquel gesto. Llevaba mi uniforme limpio y un par de moños con sus lazos, tan bien peinados, que sentía que el pelo me jalaba la sien. En el horario de la merienda, mi maestra sentaba a los niños juntos, buscaba una forma, elegante y sutil, de compartir todo entre todos. Había tantas risas, tanta alegría, que solo ahora, a la altura de mis 35 años, comprendo su gran corazón.
Con ella aprendí mucho más que las primeras letras. Guardaba detrás de la puerta del aula un uniforme impecable. Cuando llegaba aquel niño, fruto de una relación familiar compleja, ella, antes de que nadie se percatara, lo vestía, peinaba y perfumaba. Sus alumnos lucían hermosos. Los cuidaba como una gallina a sus pollitos. Eran sus hijos. Con ellos partía el pan y multiplicaba los peces.
Mi escuela parece un........
© Granma
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