Mientras la mentira coloniza el Estado y se apodera del discurso público; mientras desde el gobierno se rehabilitan el terrorismo y la violencia como herramienta política; mientras somos víctimas de un atraco y se nos roba el ser libres e iguales; mientras la democracia española encaja el golpe en el estómago de la amnistía, causa de grave hemorragia interna; mientras Puigdemont, al más puro estilo María Antonieta, se levanta cada mañana para preguntarse ante el espejo con qué nuevo traspaso de competencias o provocador capricho demostrar quién manda aquí; mientras se asienta y enraíza la mediocre tiranía del «colorín colorado«; mientras los ministros se dedican a la cacería de jueces como cazaba Franco en los bosques de El Pardo; mientras el presidente del gobierno crea de la nada puestos ad hoc en la administración para enchufar a sus amigos o coloca a su hermano en un organismo provincial que gobierna su partido, al tiempo que se «alía« en Davos con los grandes del Ibex; mientras el ente público adjudica a dedo millonarios fondos europeos; mientras Bruselas sienta a nuestros partidos en el rincón de pensar para desatascar el poder judicial; mientras se cancela y lincha públicamente a intelectos como el de Fernando Sabater; mientras en 2023 se produjeron 602 muertes por negligencias médicas; mientras el Banco de España anota una deuda pública de 1.575.475 millones de euros; mientras seguimos encaramados a lo alto de la cucaña europea del paro juvenil, con un 27,4%; mientras agoniza la clase media y perdemos poder adquisitivo; mientras se funden nuestros museos para fabricar con ellos cañones de polémica política; mientras se desdibuja, en fin, el perfil de país homologable que nuestros padres y abuelos se esforzaron por dibujar para nosotros, puede resultar superfluo ponernos a hablar de la ética del trabajo. No lo crean. Es incluso conveniente. Porque la única supuesta contrapartida social que toda esta descomunal ruina ofrece a los ciudadanos es hacer más atractivas las pensiones de jubilación, el dinero gratis para los jóvenes, la reducción de la jornada laboral y elevar el salario mínimo sin ocuparse de incentivar los salarios que aportan innovación. ¿Cuánto debería ganar al mes el científico que logre curar el cáncer?
Que me perdone el Génesis, pero no entiendo el trabajo como un castigo divino ni una herramienta de opresión. El trabajo digno es poderoso instrumento para el cambio y la mejora, para incidir en una realidad dada haciendo de ella un entorno más a la medida de nuestras necesidades e ideas. Crea prosperidad y la reparte. Cuando a los trabajadores nos venden la milonga de recortar nuestra jornada no se está exactamente ampliando nuestros derechos, sino recortando nuestra capacidad. Me conmueve el movimiento de agricultores que en toda Europa reivindica con sus tractores el derecho a precios justos, a vivir de su trabajo, rechazando un sistema de subvenciones que les impide vivir del fruto de su trabajo y les obliga a mendigar burocráticamente, año tras año, lo que quizá allá por cuando se ideó la PAC les pareció un maná deseable, pero que ha terminado alienando a varias generaciones y vaciando el campo.
Deseo lo mejor para mis hijos, como cualquier madre, y no les animo a trabajar menos, sino a trabajar más, porque sé que nada tendrá verdadero valor para ellos si es regalado, si no lo han conseguido con su propio esfuerzo. Quien hace su trabajo y lo hace lo mejor que sabe, disfruta de una satisfacción bastante parecida a la felicidad. Aunque respeto la vocación, no creo tanto en trabajar en lo que te gusta como en tomar la decisión de que te guste tu trabajo. El trabajo nos permite aprender, que es lo mismo que crecer y muy parecido a crear. Y quizá, trabajando todos, logremos algún día revertir este descomunal descalabro. No querría parecer calvinista, pero en lugar de perder el tiempo lamentando una deriva política obviamente negativa, mejor ponerse a trabajar.
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