Primero, déjeme que le cuente, lectora-lector, que en política hay almas (es un decir) que no tienen existencia propia y que van por la vida grillando de oficina en oficina. Lo suyo, en los pasillos palaciegos, es ir intrigando, sembrando veneno por todos lados, generando discordias que provocan odios entre unos y otros. Es gente ociosa (sí, tenían razón las abuelas yucatecas: el peor de los vicios es la ociosidad), gente mediocre que sube y baja pisos, que asciende y desciende en elevadores a la búsqueda de oídos incautos o bienintencionados que sean permeables a denuestos y calumnias. Es gente mala, fantasmagórica, que urde, que trapichea cada día para joder a los demás, o para provocar enfrentamientos entre todo mundo.

Así es la política mexicana: “Un nido de víboras cabronas”, sentenciaba mi Chichí en Mérida.

Dicho lo anterior, permítame ahora un recordatorio: lo que escribo aquí lo hago a título personal. No representa un editorial de EL UNIVERSAL, la opinión de su Director General Editorial (mi querido David Aponte), o la de los dueños de esta empresa (la estimada familia Ealy). Mucho menos tecleo a nombre de esa extraordinaria institución donde trabajo, la UNAM. Lo que aquí redacto es producto de mi libertad periodística, es el fruto de lo que yo reporteo cada noche, cada mañana y los fines de semana fuera de horas laborales, y lo que yo argumento como un periodista cualquiera con más de 40 años en este oficio. Nada más, nada menos.

Pasado el prefacio, procedo:

1.- Autócrata. Persona que ejerce por sí sola la autoridad suprema en un Estado. El presidente Andrés Manuel López Obrador no es un autócrata, no ejerce por sí solo la autoridad suprema del Estado mexicano, pero hay días en que se conduce como tal. Así lo hemos visto en varias de sus mañaneras: él, investido de México, como sus ancestros priistas, debe estar por encima de todo y de todos. Por encima de la Constitución, de las leyes, de los Poderes de la Unión, de la división de poderes, del derecho internacional. Él, por encima de la democracia. Por encima de los derechos de los demás. Por encima de las libertades de quienes difieren. Por encima de las minorías.

2.- Déspota. Persona que gobierna sin sujeción a ley alguna y abusa de su poder o autoridad. López Obrador no es un déspota, pero cómo se parece a uno cuando enfurece, pierde el control, y se comporta… despóticamente. En esos días de rabia se asemeja a aquellos priistas que, desde la oscuridad, sin mañaneras que los exhibieran, eran unos autócratas perfectos: “Aquí no se mueve nada sin que el Presidente lo sepa o lo ordene”, se ufanaban. Eran aquellos presidentes carentes de escrúpulos y moral: “La moral es un árbol que da moras”, se burlaban de sus insolencias y de sus ostentosas corruptelas.

Para decirlo de manera simple: si el Andrés Manuel del 2006 pudiera ser transportado al futuro y viera al López Obrador en su mañanera del 23 de febrero del 2024, me parece que se abochornaría. Quizá pensaría: “No puede ser, qué lenguaje autocrático”.

3.- El texto publicado por The New York Times es bastante malito, sin fuentes claras, sin documentos rotundos. Es como un desafortunado refrito del publicado semanas atrás en ProPublica, pero con una nueva fecha (2018 en vez de 2006), y una imputación muy dura que no prueba en ningún párrafo, tal como se reconoce en el propio texto: que los hijos del Presidente habrían recibido dinero del narco pero que AMLO no estaría involucrado. O sea, difamo a tus hijos y no a ti, pero sí.

Ahí sí podría haber un debate interesante sobre lo que implica el rigor periodístico, sobre qué se debe publicar y cómo se debe publicar, porque de otra manera cualquier volador estándar cita a unos agentes de la DEA que, indignados con México y con su propio gobierno desde los años 80 (les mataron a un agente en México), echan mano de sus testigos protegidos (criminales) y mañana dicen, sin mayor prueba, que los hijos de usted, lectora-lector, “quizá” son narcos y que por tanto “tal vez” su changarro esté vinculado al crimen organizado.

4.- Pero en lugar de debatir sobre eso, de provocar un debate al respecto, el Presidente se perdió. ¿Un líder que se pretende estadista histórico realmente debe hablar de un medio tan relevante como NYT con el mote de “pasquín inmundo”? No. Con todo y los trabajos defectuosos que ha tenido a lo largo de los años, no, nunca, porque ese diario también ha elaborado piezas magistrales de periodismo. Entiendo el enojo del Presidente ante lo que parece una calumnia producto de un trabajo periodístico endeble (y fácilmente refutable: el gobierno de Estados Unidos dijo que no haya nada contra AMLO). Lo comprendo, pero eso no le da derecho a exhibir en una pantalla gigante el número de teléfono de una colega en un país donde tantos periodistas han sido asesinados: de 2000 a la fecha, Artículo 19 ha documentado 163 asesinatos de periodistas. De ese total, 48 fueron ejecutados durante el sexenio de Felipe Calderón, 47 en tiempos de Enrique Peña Nieto, 43 en este sexenio, 22 en el Vicente Fox, y tres con Ernesto Zedillo. De todos ellos, 12 eran mujeres.

¿Pidió perdón el Presidente? ¿Reconoció su error? Qué va: en un inadmisible arrebato machista, espetó que la colega… “cambie de teléfono”. Y, como si fuera poco, como si no la hubiera expuesto y dejado vulnerable en el país del sicariato y de los fanáticos políticos, el Presidente dijo, amenazante, que los periodistas le bajemos varias rayitas. Vaya, como si estuviéramos en Dinamarca, y como si hace poco más de un año no hubieran intentado asesinar a uno de nuestros mejores, a mi amigo Ciro Gómez Leyva.

BAJO FONDO

Un buen director de Comunicación Social protege a su jefe. No lo expone, no lo exhibe, no provoca su escarnio. Y si su jefe es testarudo y no lo puede convencer con argumentos, y si ya sabe cómo se pone de intransigente y envalentonado en momentos de iracundia, lo protege con todo, incluso de él mismo. ¿Cómo? Un gran Director de Comunicación Social hubiera borrado el teléfono de la periodista antes de pasarle al Presidente el documento con las preguntas del NYT.

TRASFONDO

En una semana empiezan las campañas.

En catorce semanas acudiremos a las urnas.

Unos y otros nos quieren rehenes de su dicotomía.

Por acá, suerte con eso.

Juan Pablo Becerra-Acosta M.

jp.becerra.acosta.m@gmail.com

Twitter: @jpbecerraacosta

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El “pasquín inmundo”, el “autócrata” y la dicotomía

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24.02.2024

Primero, déjeme que le cuente, lectora-lector, que en política hay almas (es un decir) que no tienen existencia propia y que van por la vida grillando de oficina en oficina. Lo suyo, en los pasillos palaciegos, es ir intrigando, sembrando veneno por todos lados, generando discordias que provocan odios entre unos y otros. Es gente ociosa (sí, tenían razón las abuelas yucatecas: el peor de los vicios es la ociosidad), gente mediocre que sube y baja pisos, que asciende y desciende en elevadores a la búsqueda de oídos incautos o bienintencionados que sean permeables a denuestos y calumnias. Es gente mala, fantasmagórica, que urde, que trapichea cada día para joder a los demás, o para provocar enfrentamientos entre todo mundo.

Así es la política mexicana: “Un nido de víboras cabronas”, sentenciaba mi Chichí en Mérida.

Dicho lo anterior, permítame ahora un recordatorio: lo que escribo aquí lo hago a título personal. No representa un editorial de EL UNIVERSAL, la opinión de su Director General Editorial (mi querido David Aponte), o la de los dueños de esta empresa (la estimada familia Ealy). Mucho menos tecleo a nombre de esa extraordinaria institución donde trabajo, la UNAM. Lo que aquí redacto es producto de mi libertad periodística, es el fruto de lo que yo reporteo cada noche, cada mañana y los fines de semana fuera de horas laborales, y lo que yo argumento como un periodista cualquiera con más de 40 años en este oficio. Nada más, nada menos.

Pasado el prefacio, procedo:

1.- Autócrata. Persona que ejerce por sí sola la autoridad suprema en un Estado. El presidente Andrés Manuel López........

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