Anatomía de un sinvergüenza
Ni todo sinvergüenza es un delincuente ni, paralelamente, todo delincuente es un sinvergüenza. La sinvergonzonería no es una categoría penal, pero sin apelar a ella es difícil caracterizar el comportamiento de determinados personajes de la vida pública que, en sentido estricto, no sería justo tachar de delincuentes, puesto que han sido absueltos por la justicia, pero a quienes nunca confiaríamos el cuidado de nuestro bulldog francés ante el riesgo de que lo vendiera por un buen pico en mercado negro y luego nos contara entre lágrimas que el perro se le había escapado en un descuido, precisamente en el ratito en que, como cada tarde, él estaba rezando el rosario.
El diccionario de María Moliner afina más que el de la Academia en la definición de ‘sinvergüenza’. Para la RAE es “pícaro, bribón” y también quien “comete actos ilegales en provecho propio, o incurre en inmoralidades”. Moliner es más precisa: “Se aplica -dice- a las personas que estafan, engañan o cometen actos ilegales o reprobables en provecho propio, o cualquier clase de inmoralidades. A veces –añade con buen olfato lingüístico la insigne lexicógrafa–, se aplica con benevolencia a la persona hábil para engañar, que engaña en cosas no graves, y hábil también para no dejarse engañar”. La RAE, por cierto, tal vez debería revisar su tercera acepción como “desfachatez, falta de vergüenza” al circunscribir su uso únicamente a........
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