menu_open Columnists
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close

Criminal

1 0
yesterday

Cuando alguien decide quitarle la vida a una menor de 14 años, lo que opera en su mente es una desconexión total con la humanidad. No ve a una niña, ve un objeto, un estorbo, una oportunidad para ejercer dominio, venganza o brutalidad sin freno. Es la incapacidad absoluta de reconocer a otra persona como sujeto de dignidad lo que permite cruzar una línea que cualquier sociedad mínimamente sana consideraría infranqueable. Detrás de ese acto no solo hay maldad, hay una vida rodeada de fracturas, omisiones y entornos que normalizan la violencia hasta convertirla en un lenguaje cotidiano. Y aunque el responsable es uno solo, esa mente se formó o se descompuso, dentro de un país que viene fallando en contener, educar, acompañar y corregir.

Hay que decirlo sin rodeos, el desorden familiar, social e institucional nos está cobrando una factura impagable. Llevamos décadas aceptando hogares fracturados sin redes de apoyo, escuelas que ya no forman carácter ni valores, calles donde los niños aprenden primero a defenderse que a confiar, instituciones que intervienen tarde y mal, y adultos que crecieron sin contención emocional y sin referentes éticos. Ese caos personal y colectivo........

© El Nuevo Siglo Bogotá