La izquierda no es woke: ¿criticando a una figura de paja?
La falta de distinción entre justicia y poder, entre derecho y poder, sí plantea un tema crucial para la izquierda. En el caso de Chile, es habitual la conclusión de que “en último término” la ley no es sino la expresión de las fuerzas capitalistas.
Con bombos y platillos se lanzó en Santiago la versión en castellano del libro de Susan Neiman Left is not woke. La autora se define como de izquierda y socialista. A su juicio, lo que distingue a la izquierda del liberalismo es que, junto con los derechos políticos que garantizan libertad de expresión, religión, de movimiento y voto, demanda también derechos sociales, que son condición del ejercicio real de los derechos políticos. Para la izquierda, derechos sociales no son problemas de la caridad, sino que tienen que ver con la justicia y luchar por su realización, lo que no es utópico.
Muchos estarán de acuerdo en que es una caracterización insuficiente, teniendo en cuenta las diversas izquierdas y los procesos de reflexión en marcha en el sector como efecto del colapso del socialismo realmente existente, las derivas de los países que se autocalifican como comunistas, las dificultades de la socialdemocracia, los cuestionamientos de ecologistas y medioambientalistas y, naturalmente, las profundas transformaciones del capitalismo que le plantean fuertes interrogantes al sector –como se las plantea al espectro político en general–.
La preocupación central de la autora es “la forma en que muchas voces contemporáneas consideradas como de izquierda han abandonado ideas filosóficas que son centrales para cualquier punto de vista de izquierda: un compromiso con el universalismo por sobre el espíritu de tribu (tribalism), una firme distinción entre justicia y poder, y la creencia de la posibilidad de progreso” (traducción propia del libro original), sustituyéndolas por las “ideas woke”. El libro es bastante superficial en su análisis, no obstante, merodea en temas relevantes para la reconstrucción de la izquierda, luego del fuerte período de fragmentación que ha vivido.
En relación con lo que la autora identifica como la primera característica de “la izquierda”, el universalismo, dos aspectos no son suficientemente recalcados por ella: el primero (aunque no bajo ese título) es que quienes representan el mayor cuestionamiento a lo que Neiman sostiene que caracteriza a la izquierda, es la nueva derecha, pues su ideario es radicalmente antiuniversalista y radical: el desprecio y rechazo del “otro” distinto: el inmigrante –expresado por ejemplo en las afirmaciones de Trump en cuanto a que los inmigrantes “del sur” son delincuentes y violadores– o el feminismo, al cual denominan “ideología de género” –Milei es el más reciente ejemplo–.
Aunque el término woke tiene su origen en stay woke (en 1938 con la canción Scottsboro Boys, dedicada a 9 jóvenes negros acusados de una violación que ellos no cometieron), el término se transformó en grito de batalla racista de Ron DeSantis –gobernador de Florida, Estados Unidos, que desde la derecha intentó competir con Trump en las primarias republicanas de EE.UU.–, así como de otros integrantes de la nueva derecha. Reconoce la autora que los peores abusos woke son, por ejemplo, el “woke capitalism” que fortalece (hijacks) las demandas por diversidad para aumentar las ganancias y de Trump y el trumpismo y la nueva derecha europea, que abogan por el supremacismo blanco, pero apenas los menciona al pasar. A ello se podría agregar el “wokismo” de quienes en Chile hablaron de los “verdaderos chilenos” en el último proceso constitucional.
No se trata de un problema menor, pues tiene que ver con lo que el cientista político Mark Lilla, en su libro The Shipwrecked Mind: On Political Reaction (La mente náufraga: sobre la reacción política) denomina “Política de la nostalgia”, refiriéndose, por ejemplo, a la nobleza católica de Francia expulsada del poder por la Revolución francesa, que durante más de 100 años luchó por la restauración monárquica manteniendo una fuerza importante, hasta que se debilitaron definitivamente al adherir al régimen de Vichy, sustentado por el nazismo. Respecto del caso de Alemania, Lilla señala: “La derrota de los alemanes en la........
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