Estados Unidos y España: polarización y guerra cívica
En Estados Unidos y en España se están diciendo cosas que nunca deberían decirse. La campaña norteamericana avanza entre insultos, mentiras y agresiones a la otra mitad de la población. Una catástrofe natural está provocando todavía más enfrentamiento en nuestra nación, quizá la única en el mundo que sistemáticamente vive las crisis y los desastres como ocasiones para aumentar la división.
Es probable que, a día de hoy, nuestros países estén entre los más polarizados del mundo. Y cabe preguntarse si es por motivos muy distintos: yo creo que no.
Hasta hace una década, en ambas orillas del Atlántico, podían encontrarse dos partidos sistémicos capaces de articular consensos sobre las cuestiones esenciales. Pero la aparición de dos líderes cesaristas, alteró ese equilibrio tan esencial para el funcionamiento de la democracia.
Hace unos diez años, tanto el Partido Republicano, como el Partido Socialista celebraron primarias. Y no saltaron los airbags. Ninguna de esas dos fuerzas políticas de fuerte cuajo histórico, de naturaleza sistémica, fueron capaces de repeler la irrupción de la lógica populista en su propio seno, tampoco de contenerla. Las dos organizaciones cambiaron de naturaleza política en igual medida. Se convirtieron en autocracias equiparables.
Pedro Sánchez y Donald Trump han degradado la democracia de su país y han envenenado la convivencia entre sus ciudadanos
Esas dos primarias y las purgas que se vienen ejecutándose después demuestran que la izquierda y la derecha son igualmente vulnerables al populismo. La ideología tradicional no funciona como mecanismo de protección ante los líderes cesaristas. A partir de ese momento, las dos organizaciones empezaron a competir en sus respectivas elecciones, alterando las reglas no escritas del juego. Entre ellas, la conversión del adversario en enemigo, la sustitución de la verdad por la simpleza, la anulación de la memoria colectiva, y, sobre todo, el empleo masivo del odio.
Esa doble mutación no puede ser interpretada como un cambio en el tono, ni como un recurso "teatral", tampoco como una actualización ante la transformación tecnológica. Es una alteración de carácter estructural. Y lo es porque el cambio en el discurso político conlleva un cambio en la oferta política que pasa necesariamente por partir en dos la sociedad.
Sánchez podrá parecernos menos grosero que Trump, pero, en lo fundamental, son igual de divisivos. Incluso manejan con frecuencia los mismos conceptos, por ejemplo, el muro. La comparación puede extenderse sin dificultad a su forma de ejercer el poder. No está claro cuál de los dos ha sido más agresivo con la oposición, los jueces y los periodistas. Ni cuál ha promovido más el nepotismo y la colonización de las instituciones. Tampoco puede decirse cuál ha recurrido con más impudicia al victimismo sentimentaloide, propio, en mi opinión, de los chantajistas emocionales, cada vez que se ha visto en dificultades. Juegan en la misma liga. Por eso, tanto Sánchez como Trump, cada uno a su manera, han degradado la democracia de su país y han envenenado la convivencia entre sus ciudadanos. Generan parecidas toxicidades porque aplican el enfrentamiento de manera semejante, sin límites.
Piensan que todo lo que hacen tiene dimensión........
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