Que el dolor ajeno nunca nos sea indiferente
Estuvimos hablando un ‘trecho’ largo. Pasamos de un tema a otro sin darnos cuenta. Dialogar con mi amigo es edificante. En esta ocasión aún más, cuando al acabar de dar la vuelta a la manzana y cuatro pasos antes de despedirnos, me dice, a modo de colofón de lo hablado, ‘recuerda que todos los días hay algo que aprender, algo que olvidar y mucho que agradecer’.
Hace tan solo unos días que la aparición sobre el cielo valenciano de una gota fría, de una DANA o, simplemente, las puertas de un infierno que se abrieron unas horas para descargar su furia hasta dejar paralizado a todo un pueblo que, incrédulo y asombrado, veía cómo desaparecían muchos de los suyos, familiares, vecinos, amigos… y no satisfecho el temporal con ello, también se llevó en su infernal paso, viviendas, enseres, vehículos, alimentos… dejando en su lugar desgracia, llanto, dolor, barro… dando así paso a un tiempo de inseguridad total. De no saber qué hacer, dónde dirigir sus pasos ni a quién recurrir. Hasta ahí llegó su desesperación.
Cierto es que desgracia tal no se recupera con palabras ni siquiera con el paso del tiempo. De ahí que pido, y me pido a mí mismo, que el dolor ajeno nunca nos sea indiferente. En ese camino solidario han estado los cientos de jóvenes que pisando barro, mojándose hasta donde necesario fuere, han trabajado, se han solidarizado y han mostrado una capacidad de........
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