Pilita Clark

El otro día tuve una conversación inquietante con mi médico. Había ido a verlo por una dolencia menor, cuando de repente empezó a preguntarme sobre una especie de pastilla a base de hierbas.

“¿Perdón?”, dije sin comprender. Ya sabes, dijo, los que te dije que podías comprar en la tienda naturista, los cuales me dijiste que funcionaron bien. “¿Seguro?”, pregunté, asumiendo que el pobre me había confundido con una paciente que creía en las tonterías homeopáticas.

“Todavía estamos descubriendo resacas de la pandemia cuatro años después de que comenzaron los confinamientos”.

“Sí, lo hiciste”, dijo, girándose hacia la pantalla de su computadora para leerme un efusivo correo electrónico que le había enviado para agradecerle por recomendar una tableta de hierbas que había calificado como un éxito “benditamente bienvenido”.

Cuando volvieron los destellos de mi memoria, le pregunté cuándo había enviado el correo electrónico y en un instante todo quedó revelado. Era 2019, antes del primer confinamiento pandémico que comenzó en el Reino Unido hace casi exactamente cuatro años.

Por razones que no puedo explicar del todo, los acontecimientos de mi vida —y de mi trabajo— en esa época todavía pueden parecer a veces como si hubieran ocurrido al menos una década antes. Del mismo modo, me sorprende saber que reuniones o viajes que yo habría jurado que ocurrieron el año pasado, en realidad tuvieron lugar en 2021.

La forma en que se deformó nuestro sentido del tiempo durante la pandemia ha sido bien documentada en todo el mundo. Los italianos pensaban que el tiempo se hacía interminable. Algunos británicos pensaron que se había acelerado. En el estado australiano de Victoria, un punto crítico de confinamiento, los investigadores compararon la distorsión con el desfase horario.

Pero ha pasado casi un año desde que la Organización Mundial de la Salud declaró que Covid-19 ya no era una emergencia de salud pública mundial, entonces, ¿no deberíamos habernos reiniciado ya? No necesariamente, dicen los académicos.

Covid ha dejado una “larga cola para la sociedad” que todavía afecta cómo valoramos y percibimos el tiempo, dice Ruth Ogden, profesora de psicología del tiempo en la Universidad John Moores de Liverpool, en el Reino Unido. Su investigación durante la pandemia mostró que más del 80% de las personas en el Reino Unido sentían que el tiempo pasaba más rápido o más lento de lo normal, dependiendo en parte de cuán tristes, aburridos o contentos estaban.

Pero la distorsión también fue causada por la forma en que la pandemia trastornó las rutinas que ayudan a anclarnos en el tiempo, me dijo la semana pasada. Por lo tanto, no recordar cuándo y qué le había dicho a un médico sobre una pastilla a base de hierbas podría no ser sorprendente después de un período en que “todo se perdió en el tiempo”.

Espero que tenga razón, porque otros investigadores acaban de encontrar explicaciones menos agradables para los malos recuerdos pospandémicos, como la pérdida del coeficiente intelectual. La confusión mental es otra complicación del Covid que ha sido bien documentada, especialmente para aquellos que sufren el infierno del Covid prolongado cuyos síntomas duran meses.

Pero un estudio publicado el mes pasado sugiere que incluso las personas que se recuperaron por completo de lo que pareció una dosis leve de Covid podrían haber sufrido un déficit cognitivo equivalente a tres puntos de coeficiente intelectual, en comparación con alguien que nunca estuvo infectado.

El hallazgo sorprendió a los autores de la investigación, que sí tenía limitaciones. Los resultados de los enfermos de Covid no se compararon con sus propias puntuaciones anteriores, sino con las de personas que nunca habían sido infectadas.

Y es sólo una de las muchas resacas de la pandemia que merecen atención. También incluyen el impacto del trabajo remoto en un mercado inmobiliario comercial de EEUU, donde los propietarios de un edificio de Nueva York recientemente vendieron su participación por sólo US$ 1. O el efecto de los confinamientos en los estudiantes, jóvenes y mayores. O el creciente uso de tecnologías digitales impulsado por la pandemia.

Ésta no es una lista exhaustiva de problemas y, por supuesto, los efectos duraderos no son tan malos como la agotadora crisis de Covid que los desató. En definitiva, eso es algo que nunca debemos olvidar.

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El Covid sigue distorsionando nuestro sentido del tiempo

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08.04.2024

Pilita Clark

El otro día tuve una conversación inquietante con mi médico. Había ido a verlo por una dolencia menor, cuando de repente empezó a preguntarme sobre una especie de pastilla a base de hierbas.

“¿Perdón?”, dije sin comprender. Ya sabes, dijo, los que te dije que podías comprar en la tienda naturista, los cuales me dijiste que funcionaron bien. “¿Seguro?”, pregunté, asumiendo que el pobre me había confundido con una paciente que creía en las tonterías homeopáticas.

“Todavía estamos descubriendo resacas de la pandemia cuatro años después de que comenzaron los confinamientos”.

“Sí, lo hiciste”, dijo, girándose hacia la pantalla de su computadora para leerme un efusivo correo electrónico que le había enviado para agradecerle por recomendar una tableta de hierbas que había calificado como un éxito “benditamente bienvenido”.

Cuando volvieron los destellos de mi memoria, le pregunté cuándo había enviado el correo electrónico y en un instante todo quedó revelado. Era 2019, antes del primer confinamiento pandémico que comenzó en el Reino Unido........

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