Música, cine, medios y tecnología coreana son hoy referencia en el mundo entero, además de una fuente de ingresos para el PIB de ese país asiático. La siguiente columna para CIPER describe cómo el involucramiento del Estado y una decisión del mundo privado pueden explicar tal florecer cultura, de enormes lecciones para nuestro país. *Hoy martes 26 de marzo estos temas se profundizarán en un coloquio organizado en el Centro Cultural La Moneda (+).


Corea del Sur no solo es reconocida en todo el mundo por su desarrollo tecnológico y económico, sino también por su influencia cultural. La ola coreana —o hallyu— se ha posicionado estratégicamente en las últimas décadas, y su éxito es estudiado por universidades y Estados interesados en el apoyo de sus propias industrias culturales. No es novedad que la música, el cine [foto superior, de la premiada película Parásito] y, últimamente, los videojuegos, la industria de la belleza y los webtoons coreanos sean ampliamente valorados (y comprados) por gran parte de Occidente. El prefijo K- se ha inscrito en la historia reciente de las industrias culturales globales como uno de los fenómenos que requiere atención y estudio para países como Chile, donde la interrogante sobre la sostenibilidad del campo cultural y artístico siempre está en la palestra pública.

¿Qué decisiones estratégicas fueron adoptadas por el país asiático que derivaron en el éxito de sus políticas culturales? ¿Qué aprendizajes de este fenómeno económico y cultural podemos adoptar en Chile? En definitiva, y considerando las diferencias entre ambos países, ¿qué se puede hacer para avanzar en políticas culturales que fortalezcan el ecosistema artístico de Chile y qué rol cumple el Estado y el sector privado en ello? Estas preguntas fueron parte del proyecto «Development of a Policy Model for the Chilean Cultural Industry: Lessons from South Korea» (financiado por la Korea Foundation), cuyos resultados iniciales se exponen en esta columna.

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Corea del Sur y Chile poseen su propia historia y complejidad. Las herencias simbólico-culturales de ambos países han sido forjadas durante siglos, y sus particularidades sociales se deben a ellas. Sin embargo, si nos concentramos en la segunda mitad del siglo XX, Corea del Sur y Chile comparten ciertos puntos en común: mientras Corea del Sur tuvo que reconstruirse económica y socialmente luego de la guerra con Corea del Norte (1950 a 1953), cuando se estableció una política explícita de apoyo industrial en las áreas de la química y la tecnología, en Chile se adoptaba un modelo de desarrollo basado en la sustitución de importaciones que buscó reemplazar la dependencia agrícola y monoexportadora del cobre. Después, ambos países vivieron dictaduras militares que, además de imponer una fuerte censura en la producción artística local y en las libertades cívicas de sus ciudadanos, adoptaron políticas económicas neoliberales que marcarían su destino actual. Estas decisiones estratégicas definirían, sin embargo, un escenario económico disímil entre ambos países: en 1965 las exportaciones industriales de Chile fueron similares a las de Corea del Sur, pero en 1982 el valor de las exportaciones del país asiático fueron 17 veces que las chilenas [KIM y GEISSE 1998]. A partir de 1990, y debido a la expansión tecnológica de los conglomerados económicos familiares apoyados directamente por el Estado coreano (SAMSUNG, HYUNDAI, LG, SK, etc.), el PIB per cápita de Corea del Sur se disparó hasta alcanzar, el año 2021, los US$35 mil, y consolidarse como un «tigre» asiático. Chile, por su parte, también vivió una expansión económica importante en esa década, aquella de «los jaguares de Latinoamérica», aunque hoy contamos con la mitad del PIB del país asiático y estas diferencias se observan también en la calidad de la educación, de la salud, el transporte y la jubilación, entre otros índices sociales.

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La industria cultural coreana tiene su génesis a finales del siglo XX, y es heredera directa de esas decisiones estratégicas: en otros términos, y a pesar del neoliberalismo coreano, no es posible entender el éxito global de su producción cultural sin el rol estratégico que el Estado ha jugado en ellas, ni tampoco se puede obviar el rol jugado por el sector privado [LEE 2019]. En estos años surgieron los primeros grupos musicales populares coreanos que se conocieron fuera del país —hoy conocidos como los del «K-pop»—, y comenzaría la expansión del cine coreano, así como también la industria de medios y de tecnologías. Este proceso, ciertamente, no fue espontáneo ni inorgánico. Desde el gobierno de Kim Young-sam (1993-1998) se comenzó a mirar a la cultura como un producto de exportación y, en el contexto de la crisis asiática de 1997 —que fue especialmente dura para Corea del Sur—, el gobierno de Kim Dae-jung (1998-2003) debió repensar el modelo de crecimiento seguido hasta entonces, y se alcanzó un consenso-país sobre la necesidad de apoyar uno de sus mayores recursos humanos: la creatividad. Desde entonces, ésta se comprendió como un nuevo motor de crecimiento económico. Bajo este escenario, al iniciar el nuevo siglo se promulgaron una serie de leyes de fomento a las industrias culturales y se crearon numerosas agencias de apoyo estratégico al área. Desde nuestro punto de vista, esta decisión fue crucial.

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A inicios de la década de 2000, Corea del Sur realizó un cambio conceptual y estratégico que ayudaría aún más al salto cuantitativo de su economía cultural: avanzar desde la noción de industrias creativas a la de «industrias de contenido», entendidas estas últimas como símbolos, textos, sonidos e imágenes que convergen en diferentes plataformas digitales comerciales. Bajo esa estrategia-país, el gasto público en cultura pasó de 0,4% en 1991 a un promedio de 1,3% en la última década (en Chile el gasto público se ha mantenido estable en 0,3-0,4%). Para ello, el Estado coreano fundó durante esta década la Korea Creative Content Agency (KOCCA), el Korea Culture and Tourism Institute y la Korean Foundation for International Cultural Exchange (KOFICE), entre muchas otras agencias. ¿Cuál era su misión común? No solo posicionar a nivel global la producción de contenido creativo de Corea del Sur a través de la creación de redes y eventos internacionales, sino también por medio de análisis de datos e investigaciones avanzadas sobre su recepción y/o consumo en el mundo. Bajo esa misión, la idea era asumir desde el Estado una posición analítica compleja sobre cómo la creatividad y las industrias del contenido podían proyectarse como promotores de la economía, y así aumentar la calidad de vida de sus ciudadanos y artistas en las próximas décadas. Desde entonces, el éxito comercial de Corea del Sur en contenidos culturales es conocido.



***

Para entender las decisiones recién descritas, en diciembre de 2023 realizamos una serie de entrevistas en Corea del Sur con representantes de estas agencias. En ellas advertimos que, para nuestros entrevistados, el crecimiento económico, el bienestar social y el desarrollo de la sociedad coreana ha sido posible gracias a la incorporación de la competencia y la creatividad como fuerza movilizadora total. En las entrevistas se advirtió que ya no buscan un «referente» o un «modelo a seguir»: para ellos, es el modelo coreano de políticas culturales. El Estado ha jugado un rol clave en crear instituciones que no simplemente gestionan financiamiento al mundo artístico —para ello crearon, el 2005, el Arts Council Korea (ARKO) — o elaboran planes y programas de fomento cultural en la población —para lo cual reforzaron el Ministry of Culture and Tourism en 1998—, sino, sobre todo, velando por la existencia de agencias públicas que elaboran investigaciones y análisis contextuales avanzados, con el fin de ayudar a diseñar, evaluar y mejorar sus políticas culturales. En otros términos, crear think-tanks públicos especializados en política cultural. Para nuestros entrevistados —casi todos con doctorados, principalmente en áreas de administración, economía y cultura (un requisito también para los equipos técnicos de las agencias)—, esta era una política de Estado y no de gobiernos, lo que ayudaba a su independencia político-investigativa.

Las políticas culturales contemporáneas han alcanzado un nivel de complejidad avanzado. Tanto en Corea del Sur como en Chile su implementación no ha sido fácil. El país asiático ha privilegiado un modelo de apoyo global a las «mercancías culturales» (en desmedro de «las bellas artes», lo cual tiene sus riesgos y ventajas). Mientras que Chile, debido a su precariedad estructural, mantiene un financiamiento parcial —y siempre en deuda— con el sector artístico. A esto hay que sumarle la dificultad de implementar la Ley 21.045 que creó el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio el año 2018. Los cuestionamientos a la institucionalidad cultural actual son evidentes, y las expectativas y necesidades del sector son crecientes: modificar el sistema de financiamiento cultural es una de las demandas principales, pero también lo es el aumento del gasto público en cultura al 1%, y lograr una sostenibilidad y calidad laboral del sector artístico.

La experiencia coreana sirve para reafirmar la necesidad local de analizar bien los contextos globales, mapear las ofertas creativas locales y diseñar políticas culturales sustentadas en evidencia, reflexión y planificación estratégica a largo plazo. Si bien en Chile se han generado esfuerzos significativos en esa dirección —en los últimos años se han creado organismos ad-hoc, pero con personal limitado y financiamiento acotado—, se requiere de un consenso y estrategia-país que sea conducida por políticas de Estado. La diada «investigación + desarrollo» en cultura no puede descansar en licitaciones contingentes de estudios o comisiones esporádicas, sino en la creación de agencias públicas —con independencia financiera e investigativa— que generen insumos reflexivos para el diseño e implementación de políticas culturales complejas para Chile. El ejemplo coreano es un guía, pero el desafío es de Chile.

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El tigre y el jaguar. Comparación de las políticas culturales de Corea del Sur y de Chile

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26.03.2024

Música, cine, medios y tecnología coreana son hoy referencia en el mundo entero, además de una fuente de ingresos para el PIB de ese país asiático. La siguiente columna para CIPER describe cómo el involucramiento del Estado y una decisión del mundo privado pueden explicar tal florecer cultura, de enormes lecciones para nuestro país. *Hoy martes 26 de marzo estos temas se profundizarán en un coloquio organizado en el Centro Cultural La Moneda ( ).


Corea del Sur no solo es reconocida en todo el mundo por su desarrollo tecnológico y económico, sino también por su influencia cultural. La ola coreana —o hallyu— se ha posicionado estratégicamente en las últimas décadas, y su éxito es estudiado por universidades y Estados interesados en el apoyo de sus propias industrias culturales. No es novedad que la música, el cine [foto superior, de la premiada película Parásito] y, últimamente, los videojuegos, la industria de la belleza y los webtoons coreanos sean ampliamente valorados (y comprados) por gran parte de Occidente. El prefijo K- se ha inscrito en la historia reciente de las industrias culturales globales como uno de los fenómenos que requiere atención y estudio para países como Chile, donde la interrogante sobre la sostenibilidad del campo cultural y artístico siempre está en la palestra pública.

¿Qué decisiones estratégicas fueron adoptadas por el país asiático que derivaron en el éxito de sus políticas culturales? ¿Qué aprendizajes de este fenómeno económico y cultural podemos adoptar en Chile? En definitiva, y considerando las diferencias entre ambos países, ¿qué se puede hacer para avanzar en políticas culturales que fortalezcan el ecosistema artístico de Chile y qué rol cumple el Estado y el sector privado en ello? Estas preguntas fueron parte del proyecto «Development of a Policy Model for the Chilean Cultural Industry: Lessons from South Korea» (financiado por la Korea Foundation), cuyos resultados iniciales se exponen en esta columna.

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Corea del Sur y Chile poseen su propia historia y complejidad. Las herencias simbólico-culturales de ambos países han sido forjadas durante siglos, y sus particularidades sociales se deben a ellas. Sin embargo, si nos concentramos en la segunda mitad del siglo XX, Corea del Sur y Chile comparten ciertos puntos en común: mientras Corea del Sur tuvo que reconstruirse económica y socialmente luego de la guerra con Corea del Norte (1950 a 1953), cuando se estableció una política explícita de apoyo industrial en las........

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