Me he preguntado muchas veces qué hubiera pasado si un programa como la Inflation Reduction Act, ese macropaquete de estímulos impulsado por Estados Unidos para la transición verde, que propulsa su industria (Made in America) frente a la extranjera, lo hubiera aprobado Donald Trump en lugar de Joe Biden. O cómo hubieran caído en la opinión pública los 8.500 millones de dólares en ayudas públicas directas que el demócrata acaba de conceder a Intel para que implante plantas de microprocesadores, además de préstamos y desgravaciones fiscales. O si Trump, y no Biden, se hubiese opuesto pública y frontalmente al acuerdo de compra de la compañía estadounidense US Steel por parte de la japonesa Nippon Steel, haciendo caer la acción de la americana, solo con sus palabras, hasta un 12%.

Pero para eso último hace falta menos imaginación, porque ha ocurrido. El presidente de Estados Unidos sacudió el mercado a mediados de marzo al manifestarse públicamente contra la operación de la compañía nipona, a pesar de ser un país aliado, que ha ofrecido 14.900 millones de dólares sobre la que es una firma icónica del acero estadounidense, con 22.000 trabajadores (y su cuartel general ubicado ni más ni menos que en Pensilvania, un Estado muy sensible para las elecciones presidenciales de noviembre).

“Es importante que mantengamos compañías estadounidenses de acero fuertes, con trabajadores estadounidenses”, señaló el demócrata Biden el 15 de marzo, en una de esas declaraciones con las que uno jugaría al quién dijo qué entre políticos de tan diverso perfil. Un par de meses antes, el republicano Donald Trump avanzó que, si ganaba las elecciones y volvía a ser presidente, “bloquearía la operación inmediatamente”.

Biden y Trump no están de acuerdo ni en por dónde sale el sol, pero la oferta de un gigante industrial foráneo sobre una de esas firmas legendarias del tejido fabril estadounidense los consigue alinear, cada uno en su estilo, y ese es un signo de los tiempos. La semana pasada, Bruselas logró que una compañía ferroviaria china, CRRC Qingdao Sifang Locomotive, se retirase de una licitación pública en Hungría tras abrir una investigación por subsidios ilícitos.

En España, el Gobierno ha expresado públicamente su incomodidad con la oferta que la compañía húngara Magyar formalizó ayer sobre la emblemática firma de trenes Talgo, entre sospechas de vínculos con Rusia. También ha optado por volver al capital de Telefónica, 26 años después de su privatización, como reacción a la entrada en el capital de STC, la operadora controlada por el fondo soberano saudí.

La de Japón no es una oferta de la que se sospechen vínculos con Rusia ni procede de un régimen como el de Mohamed bin Salmán, pero toca una fibra sensible hoy en día para los ciudadanos en Estados Unidos (y en medio mundo). Cuesta imaginar que el affaire de las opas y contraopas de Endesa hubiese tenido hoy el mismo desenlace que en 2009: convertida en la filial de una compañía italiana (Enel) que vendió todo el negocio latinoamericano.

Lo que hace 15, 10 o incluso cinco años, se hubiese desdeñado como nacionalismo económico, hoy se considera proteccionismo aceptable de los intereses estratégicos de cada país, una tendencia agudizada por la pandemia, las tensiones geopolíticas y el empobrecimiento de las clases medias, en parte debido a la desindustrialización de las economías.

Muchos se han llevado las manos a la cabeza en Estados Unidos, en Europa y España. A Biden se le puede reprochar que frene una operación con argumentos puramente sentimentales, ya que Nippon Steel ha prometido mantener empleos y producción en Estados Unidos y la firma estadounidense no es lo que era: de 340.000 trabajadores durante la Segunda Guerra Mundial ha pasado a poco más de 20.000 y la tercera del país, mientras que la japonesa es la cuarta mundial. También llueven las críticas por la extensión del decreto antiopas del Gobierno de Pedro Sánchez. Y, más en general, la arbitrariedad con la que se puede definir o no lo que es una empresa de interés estratégico. Pero es legítimo pensar y reaccionar al paso defensivo que han dado tantos países, al accionista de control que quieres en compañías que gestionan tus redes y servicios más básicos, o recordar y temer las viejas fábricas de Medio Oeste americano convertidas en cascarones vacíos.

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Lo que pone de acuerdo a Trump con Biden (y Sánchez)

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05.04.2024

Me he preguntado muchas veces qué hubiera pasado si un programa como la Inflation Reduction Act, ese macropaquete de estímulos impulsado por Estados Unidos para la transición verde, que propulsa su industria (Made in America) frente a la extranjera, lo hubiera aprobado Donald Trump en lugar de Joe Biden. O cómo hubieran caído en la opinión pública los 8.500 millones de dólares en ayudas públicas directas que el demócrata acaba de conceder a Intel para que implante plantas de microprocesadores, además de préstamos y desgravaciones fiscales. O si Trump, y no Biden, se hubiese opuesto pública y frontalmente al acuerdo de compra de la compañía estadounidense US Steel por parte de la japonesa Nippon Steel, haciendo caer la acción de la americana, solo con sus palabras, hasta un 12%.

Pero para eso último hace falta menos imaginación, porque ha ocurrido. El presidente de Estados Unidos sacudió el mercado a mediados de marzo al manifestarse públicamente contra la operación de la compañía nipona, a pesar de ser un país aliado, que ha ofrecido 14.900 millones de dólares sobre la que es una firma icónica del acero estadounidense, con........

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