Los decálogos de los escritores
VI. TRABAJA
Los libros no se escriben solos. Tampoco surgen de copiosos brindis; resultan de tareas a veces demoledoras. Escuchemos a Voltaire: "la más feliz de todas las vidas es una soledad ocupada". Consultemos a Balzac, quien se imponía rutinas de doce a quince horas diarias y reescribía sus novelas de ocho a doce veces: "Es tan fácil soñar un libro, ya que es difícil escribir uno. La soledad está bien, pero necesitas que alguien te diga que la soledad está bien". Oigamos a Emilio Zolá, quien precedía sus escritos de monumentales acopios de documentación: "El artista no es nada sin el don, pero el don no es nada sin el trabajo". La naturaleza de este trabajo, según Edgar Allan Poe en su ensayo "Método de la Composición", es una serie de elecciones racionales entre las diversas formas de lograr un efecto: "Consiste mi propósito en demostrar que ningún punto de la composición puede atribuirse a la intuición ni al azar; y que aquélla avanzó hacia su terminación, paso a paso, con la misma exactitud y la lógica rigurosa propias de un problema matemático". Pero quizá sólo inteligencias superiores pueden desentrañar las etapas de ese complejo teorema; quizá al despojarlo de misterio pierda todo interés. Sólo logramos entender por qué estamos enamorados cuando ya no lo estamos. Por ello aconseja Rudyard Kipling escuchar al daimon, esa voz misteriosa e intermitente que a veces orienta en el laberinto de lo imaginario. Juan Rulfo afirma, categórico: "Cuando yo empiezo a escribir no creo en la inspiración, jamás he creído en la inspiración, el asunto de escribir es un asunto de trabajo; ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas, para que de pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que........
© Aporrea
visit website