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La captura de la obra maestra

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08.06.2024

La sinceridad de Hamlet

El Príncipe Hamlet está loco, pero –apunta Polonio- en su locura hay un método. Su sistema es la sinceridad. Sus frases atroces sonverídicas, contravienen alguna convención social, desbaratan el tinglado de las apariencias. Su novia Ofelia es un atado de mentiras: "Dios te da una cara, y tú te haces otra", le reprocha ásperamente. Al mirar una nube, dice primero que tiene forma de camello, luego de comadreja, finalmente de ballena, para contemplar cómo el adulante Polonio corea cada una de las contradictorias similitudes. El mismo Príncipe se define en los más feroces términos: "Soy indiferentemente honesto, pero podría acusarme de tales cosas, que mejor que mi madre no me hubiera parido: soy orgulloso, vengativo, ambicioso; con más resentimientos en mi mente que pensamientos para alojar en ella, imaginación para darles forma o tiempo para cumplirlos".

El joven Príncipe es inhumanamente verídico porque duda. Se le aparece el fantasma de su padre para denunciar que ha sido envenenado por su hermano para casarse con la reina viuda. El Príncipe resuelve no vengarse antes de verificar la acusación, pues "El espíritu que he visto podría ser el diablo, y el diablo tiene el poder de asumir una forma placentera". Para asegurarse, hace representar una pieza que muestra el asesinato de un Rey; la reacción del tío fratricida ante esta ficción parece probar su culpa. Enviado a Inglaterra, Hamlet abre las credenciales diplomáticas, y encuentra una petición de ejecutar al portador. Como en el manierismo, como en la vida, lo falso resulta cierto, lo cierto indistinguible de lo falso.

La duda del Príncipe replica la de los pensadores del siglo XVI: ¿Podemos distinguir entre lo verdadero y lo incierto? ¿Es posible sobrevivir en un mundo de ficciones sin aparentar? Las respuestas son el método de verificación experimental de Bacon y la falsa conducta pública que Maquiavelo recomienda a los Príncipes. Si nada sabemos del pensamiento e intenciones de los demás, bien podemos ocultar los nuestros. ¿Qué mejor forma de expresar esta perplejidad que una pieza construida sobre la ironía y la duda metódica, donde se pierde la vida cuestionando el hecho de ser o no ser? Desde entonces el signo de esta vida y el de la próxima no son más que misterio.

La errancia de Telémaco

Llegamos así a James Joyce y su descripción de un día en la vida de los heterogéneos dublinenses en su novela Ulysses (1922). Algo grave ha ocurrido en este cosmos. Ya no son sólo un hidalgo o un Príncipe quienes viven en un mundo a la vez cotidiano y ficticio. Cada ciudadano enfrenta su más prosaica realidad, pero al mismo tiempo fabrica una apariencia de ilusiones y esperanzas para paliarla. Decía Ludwig Wittgenstein que los límites de nuestro lenguaje son los de nuestro universo. Cada personaje del Ulysses articula un habla propia y en términos de ella formula temores y espejismos. Pero este lenguaje es el más espontáneo y menos elaborado: el del monólogo interior, ese ininterrumpido flujo de pensamientos que nuestra mente teje ante la cotidianidad. El sicoanálisis lo desautoriza sin embargo como discurso veraz: los procesos de nuestra mente ocurrirían en el Subconsciente, zona insondable y oculta a la conciencia. Ni........

© Aporrea


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