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La neolengua de odio de Maduro y las supersticiones oficiales

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14.11.2024

Con las palabras no solo se dicen cosas, sino que también se hacen cosas. Esta distinción entre la dimensión semántica (¿qué significa tal o cual palabra?) y la pragmática (¿qué hace esa palabra o expresión? ¿para qué se utiliza?) es clave para el análisis de la propaganda política y de los discursos. Los regímenes políticos tienden a desarrollar una jerga, un vocabulario propio, y con él, por una parte, construyen una "realidad", un conjunto organizado de significaciones, y por la otra, lo usan para agredir, insultar, halagar, distraer, engañar e, incluso, marear a su auditorio.

Fue Orwel en su archicitada novela 1984 quien resaltó la importancia política del lenguaje, especialmente cuando de regímenes opresivos, como el venezolano, se trata. Por eso describió la "Neolengua" de la dictadura totalitaria de su narración que, no por ficticia, era menos real. En primer lugar, corroborando lo que han afirmado varios filósofos, poetas y educadores, que el mundo de las personas es del tamaño de su lenguaje, las neolenguas totalitarias tienen un léxico cada vez más pequeño. No solo hay cada vez menos palabras, lo cual impide dar cuenta de los matices, las ironías, todos esos vuelcos que enriquecen la comunicación y el pensamiento humano, sino que estas son sustituidas por fórmulas, clichés, frases repetidas hasta la saciedad, lo que los retóricos llamaban "lugares comunes". Con ese proceso de reducción lingüística se impide una mejor comunicación, pero también, y sobre todo, se va limitando la posibilidad de un pensamiento más penetrante. Los discursos se vuelven una repetición ritual que no terminan por no significar mayor........

© Aporrea


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