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Empresocracia

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19.03.2024

Tratando el asunto de la dirección de las masas, conforme al modelo que puede observarse, por ejemplo, en las sociedades europeas, se ha impuesto el término democracia, aunque quede lejos de su sentido original. Pese a ella, en la práctica, no son los respectivos pueblos los que gobiernan, sino grupos políticos llamados partidos, por lo que resultaría apropiado, sin más especulaciones, sustituirlo por el de partitocracia. Incluso, analizando su funcionamiento, lo de partitocracia solamente sería la parte formal, mientras que lo apreciable suele ser partidos dirigidos por una minoría, a su vez conducida por un líder ocasional, que establece su propia dictadura personal.

Más allá de la terminología apropiada para asociarla al panorama de la gobernabilidad, hay que considerar que la marcha política exige acudir al empleo de grandes dosis de fariseísmo, al objeto de ocultar lo inconveniente para los intereses del mandante. El problema de fondo no es otro que el poder de dirección no reside en la representación de las masas, tal como cabría entender al establecerse la democracia conducida por los partidos, luego derivada hacia el personalismo elitista, sino que ahora se encuentra en quien dispone de los medios para alimentar materialmente la existencia colectiva. Sin embargo, en interés de la buena marcha política, no es oportuno airearlo demasiado. A lo que hay que añadir, en el plano externo, que la política actual es un producto que ha de servirse como otro espectáculo más, acogiéndose a la técnica del marketing comercial, ya que su finalidad es ganar en calidad para conquistar votos.

En este ambiente de confusión, virtualidad y entretenimiento, propio de la sociedad de mercado, se suele pasar por alto el poder de dirección social del empresariado, que inevitablemente repercute en la política, condicionando sus movimientos. Tomando en consideración un argumento de peso, como que las empresas son dueñas del mercado, que es la sede existencial de las gentes, su importancia resulta evidente, ya que sin empresas no hay mercado y, sin mercado, se agota la existencia. De ahí la conveniencia de reconocer el poder, no solo económico, sino el que marca discretamente la dirección política conforme a la defensa de los intereses empresariales. Tanto la democracia al uso como la partitocracia personalista, inevitablemente, en un ambiente marcado por el progreso comercial que anima a las gentes, tienen que adaptarse a la nueva realidad, pero guardando las debidas formalidades, en orden a conservar el papel asignado a la política. El resultado es, de........

© Aporrea


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