La irrupción de la Inteligencia Artificial en todos los campos del conocimiento presiona la necesaria y movediza tarea de reglamentar sus propósitos y empleos en la educación, con especial énfasis en las carreras impartidas en las universidades.

Entre tantas inquietudes, la innovadora tecnología y su empeño por aprender e imitar las conductas humanas se ha instalado, paradójicamente, más entre los quehaceres de los estudiantes que entre las líneas de investigación de las universidades, acarreando una bipolaridad de la acción académica que, a veces, se desconocen mutuamente.

El asunto es que la innata y antigua necesidad de atribuir conductas humanas a los animales y objetos, propia de la niñez y de la ciencia ficción, con el Dr Frankenstein, de la inmemorable Mary Shirley como mejor ejemplo, es ya un hecho tecnológico que se aproxima velozmente a la creación de maquinas “humanas”, sin sentir humano, con la denominada superinteligencia.

Y como no existe la tecnología neutra, ajena a la determinación de su ser socio histórico, las IAs pueden ser empleadas acorde a las condiciones que sobre ella prevalezcan, tarea que hace obligante estudiarla y reglamentarla en los centros........

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