Juan Eslava y los matarifes
Una vez, hace no mucho tiempo, hablé largamente en mi logia (que se llama Arte Real y está en Madrid) sobre la pena de muerte. De más está decir que lo hice en contra. Pero quise ir más allá de la simple descripción del horror que supone que sea el Estado quien se convierta en asesino; busqué argumentos que fueran capaces de convencer a quienes pudiesen estar a favor de la pena capital.
No fue difícil y el auditorio, desde luego, era propicio a lo que yo dije: hoy en día, en España, es prácticamente imposible que te admitan en una logia masónica si, cuando te preguntan (y te lo preguntan siempre) admites que eres partidario de la llamada “pena capital”, aunque sea en casos de asesinos excepcionalmente brutales. Y eso fue lo más llamativo de mi disertación, a juzgar por las numerosas intervenciones que se produjeron cuando terminé de hablar: constatar el hecho de que eso no sucede en todo el mundo.
Nuestros contactos (muchas veces por redes sociales) con talleres masónicos de otros lugares del planeta, singularmente en América del norte, del centro y del sur, nos hacen ver que la pena de muerte es aceptada allí con toda naturalidad, incluso como algo provechoso y necesario; y no ya por gente ignorante que padece en carne propia la violencia de los narcos, las mafias de todo género o incluso del propio gobierno, como pasa en Venezuela, sino también por los propios masones, que se supone que somos gente ilustrada y alejada de todo fanatismo.
La conclusión a la que yo llegué fue más bien desalentadora: el mundo en que vivimos no es uno sino muchos, y en cada lugar las costumbres, los códigos de conducta y la delgada línea que separa al bien del mal son distintos. Y no se puede hacer nada contra eso, porque esas diferentes maneras de pensar tienen raíces muy profundas a las que no alcanza la superficial “globalización” de las comunicaciones y la cotidiana compartición de conocimientos, que es el signo más visible de nuestro tiempo. No sirve argumentar, como hacía........
© Vozpópuli
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