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Cuando salí de Cuba

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Es el título de una melódica canción, con mucho la mejor de las cantadas por Luis Aguilé, que los de mi generación pudimos escuchar y espero que todos recordar. Por los avatares de la Historia, en este momento la enésima crisis del autocrático modelo castrista ha vuelto a situar a Cuba en el plano de la actualidad y no he podido resistirme a compartir con los lectores de Vozpópuli lo que fue mi particular experiencia cubana.

Corría el año 1992 y la extinción de la antigua Unión Soviética había provocado la abrupta desaparición de su asistencia financiera a Cuba, cuya economía había vivido durante décadas entubada a las remesas provenientes de Moscú. Aquella crisis -bautizada allí eufemísticamente como “periodo especial”- fue de tal dimensión que, además de provocar que un nuevo grupo de balseros integrantes de la “gusanera” embarcara desde el malecón habanero rumbo al sueño de Miami, provocó también que la población llegara a pasar hambre. La obsesión de los países socialistas por registrar todo tipo de estadísticas posibilitó conocer que en pocos meses y como promedio cada cubano perdiera entre cuatro y cinco kilos.

Ante la catastrófica situación desatada, Felipe González decidió apostar porque España ayudara a superarla y se desplazó a La Habana a parlamentar con Fidel. Le prometió nuestra ayuda y la de la Unión Europea, requiriendo que, a cambio, el sistema cubano diera pasos en la dirección de una cierta democratización política y hacia una reforma económica que proporcionase autosuficiencia a la economía cubana. Fidel prometió la primera cuestión que después incumplió flagrantemente y solicitó asistencia para la segunda, cuestión para la que Felipe envió a Carlos Solchaga que para entonces era ya exministro. Esa fue la antesala de mi experiencia en Cuba.

La misión de Solchaga ante los dirigentes económicos resultó explosiva en lo personal, pues entre él y los entonces dirigentes del Gobierno castrista, incluido el propio Fidel, no hubo química alguna. El estilo del antiguo ministro de Felipe González, excesivamente directo y no exento de prepotencia y/o soberbia, levantó ampollas entre sus interlocutores. Sin embargo, su diagnosis de la situación económica cubana y la terapia que propuso para superarla fueron absolutamente acertadas.

Ante la inexistencia de recursos financieros en la isla, la ausencia casi absoluta de mercado y el lastre que........

© Vozpópuli


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